lunes, 21 de noviembre de 2011

LA NOCHE DEL MURCIÉLAGO 18: NO TE RÍAS QUE ES PEOR. LA SERIE TELEVISIVA DE LOS 60


(PARTE DEL CAPÍTULO ACCIÓN)

NO TE RÍAS QUE ES PEOR

LA SERIE TELEVISIVA DE LOS 60

BATMAN

120 capítulos de media hora

12 enero 1966-14 marzo 1968

Producida por Greenway/20th Century Fox para ABC-TV

Productor ejecutivo: William Dozier. Productor: Howie Horwitz. Supervisor de guiones: Lorenzo Semple Jr. Director de fotografía: Howard Schwartz. Maquillaje: Ben Nye. Música: Neal Hefti (tema principal), Nelson Riddle. Reparto: Adam West como Batman, Burt Ward como Robin, Yvonne Craig como Batgirl, Alan Napier como Alfred, Neil Hamilton como el comisario Gordon, Stafford Repp como el Jefe O’Hara, Madge Blake como la tía Harriet. Algunos de los villanos: César Romero como el Joker, Burgess Meredith como el Pingüino, Julie Newmar y Eartha Kitt como Catwoman, Frank Gorshin y John Astin como el Acertijo, George Sanders, Otto Preminger y Eli Wallach como Mr. Freeze, Ann Baxter como Zelda, David Wayne como el Sombrerero Loco, Victor Buono como el Rey Tut, Roddy McDowall como Bookworm, Art Carney como Archer, Shelly Winters como Ma Parker, Walter Slezak como Clock King, Vincent Price como Cabeza de Huevo, Cliff Robertson como el vaquero Shame, Leslie Gore como Pussycat, Talulah Bankhead como la Viuda Negra, Joan Collins como la Sirena, Zsa Zsa Gabor como Minerva.

Transcurridos más de 25 años de tebeos y 2 seriales cinematográficos, por fin llegó el momento de que Batman fuera conocido por el gran público. Y el momento no podía ser más adecuado, en un mundo que aún no había decidido si las latas Campbell de Warhol y los cuadros pop de Lichtenstein eran arte o un timo y en el que los Beatles se habían convertido en modelos para una juventud que, por primera vez en la historia, reclamaba a gritos participar en el curso de los acontecimientos, y hacerlo con un estilo menos formal que sus mayores. Pocas veces una serie de televisión ha caído en el instante justo con tanta fortuna como Batman. Eso y la astucia y el talento que se emplearon en su elaboración fueron fundamentales para comprender que se convirtiera en una de las series más populares de siempre, repuesta y revisada eternamente en todos los puntos del globo. ABC adquirió los derechos de Batman para la pantalla y le encomendó la misión de hacer algo con ellos a William Dozier, uno de los más importantes productores del momento, que tuvo una ocurrencia genial: narrar las aventuras del luchador contra el crimen en clave de comedia camp. Pero, ¿qué es exactamente camp? Susan Sontag lo explicaba diciendo que “El camp lo ve todo entre comillas. No es una lámpara, sino una “lámpara”; ni una mujer, sino una “mujer”... Es la expresión más extrema, en sensibilidad, de la metáfora de la vida como teatro.” Intentando ser más preciso, el profesor Andy Medhurst utiliza el término camp para referirse a “una teatralidad festiva, consciente y auto-reflexiva.” Extremadamente difícil de definir, sin embargo todos reconocemos el camp cuando lo vemos: Batman era camp. Arquetípicamente.

Pero para que el invento funcionase hacía falta mucho trabajo y muchos profesionales aportando lo mejor de sí mismos. En primer lugar, hacían falta guiones capaces de jugar a dos bandas, de provocar la risa y hacerlo de manera que el espectador comprendiera que lo hace deliberadamente, pero sin exagerar demasiado, porque entonces precisamente perdería toda la gracia. Eso fue responsabilidad del guionista jefe de la serie, Lorenzo Semple Jr., al que Charles B. FitzSimons, ayudante de producción de Dozier, recuerda: “El tipo que escribió el piloto, Lorenzo Semple, era un genio de la comedia. Tenía el toque preciso para la comedia camp. Lorenzo era un duendecillo, el tipo perfecto para escribir Batman. Era pequeño, sus movimientos eran rápidos y enérgicos y fumaba como un carretero. Era un brillante escritor de comedia.” Semple escribiría películas tan conocidas como Papillon, The Parallax View, Los 3 días del Cóndor, Flash Gordon o Nunca digas nunca jamás.

Entre todos los guionistas que colaboraron posteriormente, el más destacado fue Stanley Ralph Ross, que acabaría escribiendo 36 episodios, entre ellos casi todos los de Catwoman. Ross también creó a Cabeza de Huevo, un villano interpretado por el gran Vincent Price que define casi por sí mismo lo que significa el camp de marras. Con una calva impresionante acorde a su nombre, Cabeza de Huevo se dedica a coleccionar objetos relacionados con el tema que le da el apodo, y a seguir en su borrico a su prometida Olga, la reina de los cosacos de Besaravia, siempre ansiosa de arrasar Gotham City. En un momento de apuro, Cabeza de Huevo se deshace del Dúo Dinámico arrojándoles unos huevos puestos por gallinas criadas especialmente con cebollas. Al romperse las cáscaras a sus pies, Batman y Robin quedan inmovilizados por una llantina incontrolable. Ross, que también escribiría para The Man From U. N. C. L. E., The Monkees y Banacek, hizo grande a la Catwoman interpretada por Julie Newmar: “Me gustaba escribir episodios de Catwoman porque introducía una tensión sexual soterrada entre Batman y Catwoman -comenta Ross.- En cierta ocasión ella casi le había convencido para que se casaran y pelearan juntos contra el crimen. Le dijo, “Haremos una pareja maravillosa, Batman. Tú sabes cómo atrapar criminales, yo conozco el funcionamiento de la mente criminal. Nos casaremos. Pelearemos juntos contra el crimen. Estoy completamente reformada.” Y Batman dice, “¿Y qué hay de Robin?” Y ella replica, “¿Robin? Le mataremos.”

Una vez encontrado el tono de los guiones, era preciso crear el entorno y la apariencia de los personajes, y en el intento de lograr el efecto justo se revolucionó la estética televisiva, con un empleo fabuloso del color y la iluminación, decorados originalísimos y disfraces extremadamente fieles a los de los tebeos, confeccionados con tela, y no con goma como en las películas de los 90. El Batmóvil se le encargó a Dean Jeffries, pero ABC cambió la fecha de estreno de la serie de septiembre a enero, y Jeffries no pudo cumplir con el nuevo plazo, así que el encargo recayó en George Barris, que tenía una empresa especializada en personalizar coches, Barris Kustom Industries, y que contaba con clientes como Clark Gable, Frank Sinatra, Dean Martin, Elvis Presley o Sonny & Cher. “George Barris tenía un prototipo de Ford Lincoln -explica FitzSimons- que no se podía sacar a la carretera; era sólo un prototipo. Pero era el coche más fácil de adaptar a lo que teníamos en mente. ¡Barris nos tenía cogidos por las pelotas! Si hubiéramos tenido más tiempo, habríamos empezado desde cero, pero tenía la estructura básica para el coche que podíamos hacer deprisa y corriendo. Hicimos un trato mediante el cual él haría los cambios que le pidiéramos y nosotros le alquilaríamos el coche. Sacó un montón de dinero del trato, pero el coche era una ruina. Tenía un aspecto magnífico para el rodaje, pero era una porquería. ¡Teníamos suerte si conseguíamos que pasara de los 15 kilómetros por hora! Rodamos las escenas con el coche saliendo de la Batcueva. La valla levadiza fue idea mía. Tuvimos que rodarlas a cámara lenta para sacarle algo de velocidad al Batmóvil.” Con las circunstancias planteadas, ya sólo faltaba lo más importante: los protagonistas. ¿Y quién podría interpretar a un héroe impasiblemente serio que constantemente provoca la risa? A Lyle Waggoner, que acabaría trabajando en Wonder Woman, le fue ofrecido el papel, así como a Adam West (1928), que había llamado la atención de Dozier en tres anuncios de Nestlé en los que parodiaba a James Bond. “Tuve una conversación a fondo con Dozier -recuerda West.- Leí el guión de Semple y me pareció inteligente e hilarante. Tuve la sensación de que su enfoque podía ser el correcto para que el material funcionase, en ese momento, si conseguía darle cierto aire de desenfado a lo Errol Flynn. Así que acepté.” Cuesta imaginar lo que habría hecho otro actor en el lugar de West, porque no es posible concebir una interpretación más brillante, henchida de una falsa solemnidad que arrastra sobre sus espaldas todo el montaje absurdo que le rodea. “Adam West comprendía la comedia camp -confirma FitzSimons- ¡era maravilloso interpretando una frase con la mayor seriedad, aunque fuera la más estúpida del mundo! Recuerdo que en el piloto, un camarero dice, “¿Mesa en primera fila, Batman?” y Adam dice, “No, me quedaré en la barra. Quiero pasar desapercibido.” ¡Y lleva la máscara y la capa! Ésa era la clave; si podías decir esa frase, eras Batman. ¡Si no podías, no me importa cuántos premios de la Academia hubieras ganado, no podías ser Batman!” West, cuyo nombre real era William West Anderson, había sido disc-jockey en Honolulú y se había casado en segundas nupcias con una princesa polinesia, tenía una carrera discreta anteriormente a Batman, y con posterioridad no volvería a alcanzar la misma popularidad, entre otras cosas porque, como suele ocurrir, quedó encasillado. Más dificultades planteó encontrar al actor adecuado para hacer el siempre difícil papel de Robin. “Necesitábamos un chaval que pareciera sacado del comic book - 1,70 con pelo negro rizado. Tenía que aparentar 16 años pero pasar de los 18 para que no tuviéramos problemas laborales. No había forma de encontrarlo.” Cuando ya cundía la desesperación, de la nada surgió Berton Gervis, que sensatamente se cambiaría el nombre por el más artístico Burt Ward (1946). Cinturón negro de taekwondo y vendedor de fincas los fines de semana, el de Robin fue el primer papel profesional para Ward, que le aseguró al desconfiado Dozier que no crecería durante el transcurso de la serie. La hiperactividad de Ward, siempre mascullando cosas como “¡Sagrada bifurcación!” y estrellando el puño contra la palma de la mano, servía de contraste para la ceremoniosa sobriedad de West, siempre impertérrito hasta parecer casi estúpido en su intento de proyectar nobleza. La leyenda cuenta que el éxito también tuvo sus efectos secundarios: “Hay un problema terrible con la televisión -confirma FitzSimons- porque la gente empieza a tomarse en serio su estrellato. Solían decir “¡Si a Adam West le duelen las muelas, Burt Ward va al dentista!” Debido a que Adam había sido actor y Burt no, Burt se convirtió en el más odioso de los dos. A medida que obtienen poder a través de la aceptación del público, algunas estrellas se emborrachan con ese poder.” El guionista Ross aporta un ejemplo al respecto: “Una vez Burt Ward vino a verme. Tenía unos 19 años y se me quejó de que no le daba suficientes cosas que hacer. Así que en el siguiente capítulo, le escribí un episodio realmente denso. Estaba implicado en todo, y entonces se me quejó diciéndome “¡Estoy cansadísimo, me has dado demasiadas cosas!” Esto inmediatamente después de habérseme quejado de que no tenía bastantes cosas que hacer. Así que en el siguiente episodio que escribí, hice que le secuestraran en la página 6 y no volvía a aparecer hasta la página 51. Hablaban mucho de él, pero no se le veía. Después de hacerle eso, vino a verme con la máscara en la mano y dijo “Nunca más volveré a fastidiarte.” Obviamente, Ward veía las cosas de otra manera: “En uno de los episodios de Mr. Freeze, tuve la sensación de que una carga explosiva concreta iba a ser altamente peligrosa. Cerré los ojos justo antes de la explosión. Y menos mal que lo hice, porque el impacto me dejó noqueado. En vez de ir hacia arriba, la explosión salió hacia fuera. Recibí quemaduras de segundo y tercer grado en la cara y los brazos. ¡Me llevaron a toda prisa al hospital, y el médico dijo que si hubiera tenido abiertos los ojos, me habría quedado ciego! Después de incidentes como ése, naturalmente me volví muy precavido en todo lo que tuviera que ver con explosiones de efectos especiales. Yo no tenía la capucha de Adam para protegerme de las quemaduras. Yo sólo llevaba una máscara pequeña, lo cual significaba que a menudo tenían que emplearme para las tomas cortas con las explosiones porque era más difícil doblarme con un especialista. Así que hacía preguntas al respecto de las explosiones. Quería saber dónde estaban las cargas y en qué dirección saldrían. No intentaba ser una prima donna, sólo estaba preocupado por mi seguridad.” Alrededor de West y Ward se organizó un elenco de secundarios fijos, casi todos ellos personajes al borde de la estulticia que parecían no enterarse de nada: la tía Harriet, que convive en la Mansión Wayne con los dos encapuchados sin sospechar absolutamente nada sobre sus actividades en la lucha contra el delito; el comisario Gordon y el Jefe de policía O’Hara, encarnaciones de la pasividad y la incompetencia cuya única función es hablar por teléfono con Batman, sentirse desolados ante las amenazas de los villanos y alabar exageradamente las virtudes del Detective Enmascarado; sólo Alfred demuestra inteligencia y aplomo, a pesar de que en alguna ocasión le toque pasar el bochorno de vestirse con el Bat-traje. En el lado de los villanos se pueden encontrar interpretaciones verdaderamente geniales, impulsadas por no se sabe qué compromiso artístico de unos actores que se lanzaban con total abandono a dar vida a los papeles más estrafalarios jamás concebidos en la televisión. Es el caso de Frank Gorshin haciendo de Acertijo con una fuerza arrolladora, de la fabulosa Julie Newmar dando vida a Catwoman y de Burgess Meredith interpretando al Pingüino. Especialmente meritorio es lo de Meredith (su villano fue el que más veces repitió en la serie), que consigue sacarle todo el jugo a un personaje tan poco fascinante como el Pingüino, y que siendo de los más ridículos adversarios de Batman, adquiere una extraña dignidad precisamente en un entorno tan absurdo. César Romero hizo de Joker, y aunque su trabajo es ampliamente reconocido, personalmente lo encuentro demasiado blando y vacío de contenido. Obviamente, este Joker no puede ser un asesino (ninguno lo es, los bandidos ni siquiera emplean armas, como si no se hubiera inventado tal cosa en el mundo, e intentan ejecutar sus fechorías a puñetazos), y en cuanto a demencia le supera el frenético Frank Gorshin-Acertijo, que también se ríe con mayor salvajismo. FitzSimons también quedó prendado de la labor de Meredith, fallecido en 1997: “Creo que nuestro mejor villano era el Pingüino. Burgess Meredith nunca recibió un Emmy, aunque se lo merecía. Su interpretación fue inmortal. Era más que genial. Los otros villanos eran buenos, pero Burgess era asombroso; era el Pingüino. Con su risa y su anadeo, era brillante.

El estreno de Batman cogió a América por sorpresa. Puso en práctica una fórmula inédita, la emisión de dos episodios por semana, miércoles y jueves por la noche. El primer episodio acababa siempre en una trampa mortal para los héroes, y el segundo resolvía el peligro. La sintonía de los créditos, compuesta por Neal Hefti, es una de las más tarareables de la historia de la televisión, y ha sido versioneada por grupos de rock desde entonces hasta hoy en día. El público se rindió de inmediato, y los índices de audiencia saltaron como si les quemaran los pies. Los niños no se lo perdían, fascinados por las aventuras. Los padres no se lo perdían, enganchados por la comedia. Unos sufrían pensando en cómo conseguiría el Dúo Dinámico escapar de la ostra carnívora gigante. Los otros se tronchaban de risa cuando veían a Batman sacar una caja de bat-sopa de letras del cinturón utilitario, que también albergaba un bat-plumero para quitar el polvo y un bat-pañuelo para secarse las lágrimas si Catwoman le llegaba a conmover. El éxito de la serie provocó un fenómeno que hoy en día sigue vigente: el coleccionismo de objetos relacionados. Una auténtica oleada de productos derivados invadió los comercios americanos, levantando un mundo en el que prácticamente se podía tener cualquier cosa con el prefijo Bat delante y el símbolo del murciélago estampado. A toda prisa, la Fox montó una película de imagen real. Dirigida por Leslie H. Martinson y escrita por Lorenzo Semple, se estrenó el 3 de agosto de 1966 para convertirse en el primer largometraje cinematográfico de Batman. Allí se reunían los personajes habituales con todos los villanos importantes, el Joker, el Pingüino, el Acertijo y Catwoman, que era intepretada por Lee Meriwether al estar Julie Newmar comprometida en otro rodaje.

La película es tan memorable como la serie televisiva, e incluye momentos antológicos. Uno de los más entrañables resulta aquél en el que Batman es atacado por un tiburón que apenas se molestan en disimular que está hecho de goma. El escualo se engancha en la rodilla del Detective y Robin tiene que alcanzarle a su socio un spray Bat-repelente anti-tiburones, elegido entre los varios que contiene un botiquín de Bat-repelentes para ahuyentar barracudas, orcas y mantarrayas. El plan de los villanos, que finalmente consiguen ejecutar, se basa en deshidratar a los representantes mundiales reunidos en la ONU y convertirlos en polvo. Recuperadas las probetas que contienen la arenilla de cada político, y separado convenientemente cada montón después de que se hubieran mezclado los unos con los otros a resultas de una inefable torpeza, Batman devuelve la vida a los próceres suministrándoles un chorro de agua, como si fueran vulgares vasos de leche concentrada. La película, al gozar de un mayor presupuesto, permitió también que Batman incorporase otros juguetes a su arsenal: el Batcóptero, la Batlancha, la Batcicleta, artefactos que posteriormente se amortizarían en las entregas semanales de las aventuras del Dúo Dinámico.

Al revisar los episodios televisivos de Batman sorprende lo poco que los han perjudicado las tres décadas transcurridas. Aunque la serie está sumergida en una estética y un tono pop claramente sesenteros, apenas hay referencias temporales concretas que puedan quedar desfasadas. Es como si Gotham City fuera un mundo eterno, inalterable, perfectamente mítico. Una ciudad llena de imbéciles disfrazados que salen a sus calles hechos unos adefesios para vociferar, mover los brazos y reír entre paredes de cartón piedra pintadas de verde, amarillo y rosa. Ante la última barrabasada del Joker o el Acertijo, el comisario Gordon mira consternado al Jefe O’Hara que, estupefacto, sólo puede confiar en ponerse en manos de los Cruzados Encapuchados. Comunicando con ellos por medio del teléfono rojo, los supuestos agentes del orden solicitan su intervención. Bruce Wayne y Dick Grayson, que hasta ese momento estaban consultando alguna enciclopedia en su lujosa biblioteca, o quizá examinando un mineral raro, activan un botón oculto en un busto decorativo, se dirigen hacia el panel corredizo de la pared y se dejan caer por los Bat-mástiles que, como todo lo demás en la ordenada fortaleza de Batman, está convenientemente identificado con un cartel. Ya enmascarados y completamente equipados aparecen en la Batcueva, un laboratorio-garaje lleno de cachivaches que parecen sacados de un concurso infantil entre los que destaca la Bat-computadora, artefacto que sustituye con eficacia las supuestas dotes deductivas del mejor detective del mundo. Es habitual que Batman y Robin suministren los más peregrinos datos a la Bat-computadora y que ésta les dé una respuesta inequívocamente correcta sobre quién es el culpable del delito, dónde se esconde y qué número de calzado usa. Después de eso, vienen las carreras, las persecuciones, la exposición del plan del malvado apoyándose en su inevitable acompañante, pues todos los villanos, excepto los femeninos, claro, tienen siempre una pareja jovencita y de piernas torneadas que les dé la réplica. Es de rigor la pelea entre el Dúo Dinámico y los secuaces del criminal. En esta pelea se observan ciertas normas: los secuaces van uniformados, y a menudo cada uno se identifica por su propia leyenda en el jersey, que puede rezar: “Matón 1”, “Matón 2”... los secuaces nunca utilizan armas de fuego, sólo los puños; la pelea se ofrece en planos generales abiertos, para que se pueda disfrutar en todo su esplendor la coreografía, semejante a las habituales en los ballets de variedades televisados; los golpes son puntuados por onomatopeyas superpuestas a la imagen. Al final del primer episodio, el malo apresa a Batman y Robin (excepcionalmente, sólo a uno de ellos) y los abandona en una trampa mortal, aparentemente inescapable. Entre las más ingeniosas: convertirlos en sellos gigantes; ahogarlos en unas arenas movedizas de nata montada en lo alto de una tarta enorme; abrasarlos en el chorro de ácido que cae desde una tetera descomunal inclinada sobre los héroes que están atados dentro de una taza de las mismas proporciones. Precisamente al librarse de esta trampa, Robin le dice a Batman: “Cielos, Batman, en qué líos nos metemos. Cualquiera pensaría que alguien se dedica a pensar estas trampas maquiavélicas que nos tienden.” No es la única broma autorreferencial que se puede hallar en la serie. En otra ocasión, investigando en la Bat-cueva una pista dejada por el Joker, los héroes de Gotham introducen un trozo de tejido dentro del “Analizador de manchas”, que celéricamente emite una tarjeta con el resultado de su análisis. A continuación, se desarrolla el siguiente diálogo.

BATMAN: Son manchas muy curiosas. Al parecer son de tinta de imprimir.

ROBIN: ¡Por supuesto! Esa es la tinta que utiliza Joker para falsificar.

BATMAN: Exactamente. La tela se manchó cuando a ese tacaño se le ocurrió planchar el traje con la prensa de imprimir.

ALFRED: ¡Por mi plancha de vapor! ¡Eso es repugnante!

BATMAN: Realmente repugnante, Alfred. Como el color de estas tintas. Verde arsénico, rojo manzana podrida, azul bilioso. Que yo sepa sólo existe una editorial que utilice esos colores para imprimir sus publicaciones.

ROBIN: ¡Debe tratarse de una firma de comics!

Y, en efecto, lo es.

Como decíamos, al final de la primera parte de cada capítulo Batman y Robin quedan a merced de algún perverso plan de ejecución, y al día siguiente, a la misma Bat-hora, en el mismo Bat-canal, los Cruzados Enmascarados escapan de su cruel y a menudo ignominioso destino, y ponen fin a los esperpénticos planes del Rey Tut o el Pingüino. No es raro que en algún momento, cerca ya del fin del episodio, Batman aproveche para pronunciar un discurso en pro de la democracia, la libertad, el orden, el civismo y las buenas costumbres tan bochornosamente ridículo que cabe preguntarse si los guionistas no estaban trabajando deliberadamente en el hundimiento del sistema de valores de la sociedad occidental. No es la venganza lo que define a este Batman, sino un exagerado civismo. En una ocasión detiene a Robin cuando salía disparado en persecución del Joker: “Espera, Robin, hay que mirar antes de cruzar la calle.” En otra, felicita a un guardia que le ha multado por aparcar el Batmóvil en prohibido. Convertida en serie de moda, todo el mundo quería salir en Batman. Algunos figurones aparecían como villanos. Otros, como en el caso de Bruce Lee, como estrellas invitadas. Lee interpreta a Kato, el ayudante de Green Hornet (Van Williams), otra serie producida por Dozier con la intención de copiar el éxito de Batman y que se emitió entre septiembre de 1966 y marzo de 1967. Curiosamente, Lee era amigo de Ward anteriormente y el episodio incluía un combate mano a mano entre los dos, que Lee aprovechó para aterrorizar a Ward haciéndole creer que se encontraba de humor asesino y que había olvidado que sólo se trataba de actuar. ¡Qué simpático este Bruce Lee!

Algunos nombres populares, sin embargo, se tenían que conformar con la “escena de la ventana”. Esta famosa secuencia se rodaba con la cámara tumbada y West y Ward avanzando acuclillados, como si ascendieran por la pared de un edificio. Entonces se abría una ventana, se asomaba Sammy Davis Jr. o Edward G. Robinson, o cualquier presentador de televisión o personaje célebre del momento y se producía un intercambio de frases supuestamente chistosas.

Inevitablemente, el éxito masivo de Batman disgustó a sus más acérrimos seguidores, los fans del comic book que despreciaban a la serie por “arrastrar por el fango” la imagen de su héroe enmascarado. Los lectores del tebeo que llevaban años siguiendo al personaje no soportaban el tono camp, y creían que Batman y Robin se habían convertido en dos estúpidos bufones. En realidad, los aficionados eran injustos con la serie de televisión. Dozier no había hecho más que tomar lo que llevaban los tebeos y traspasarlo punto por punto a la caja tonta, filtrándolo lo indispensable para que el tinglado funcionara. Si en la tele Batman se toma un batido con Catwoman en la cafetería de la universidad, recibe fiestas de aniversario que le ofrece la crema de la sociedad, concede entrevistas radiofónicas y entabla una competición de surf con el Joker (¡con el bañador encima del disfraz!), en los tebeos también da conferencias de criminología y sus aventuras transcurren a plena luz del día (o al menos así era hasta un par de años antes, cuando llegó el “New Look”). Como suele ocurrir, los fans más apasionados reaccionaban ultrajados al ver lo que queda de su amado personaje una vez lo ha procesado la maquinaria del negocio del espectáculo. En realidad, Batman contenía todos los elementos presentes en el tebeo: acción, misterios detectivescos, delincuentes disfrazados. Y si los adultos no podían evitar tomárselo a pitorreo (¿es que puede tomárselo de otra manera una persona sensata?) los chavales siempre encontraban las emociones que proporciona la aventura.

Pero como todas las modas insustanciales, la Batmanía también fue efímera. Al final de la segunda temporada, los índices de audiencia habían caído espectacularmente, y la tercera temporada se inició con otros planteamientos. Las aventuras ya no se emitirían en dos episodios, sino en uno solo, reduciendo a la mitad la ración semanal. También se redujeron los presupuestos, redundando en decorados más pobres y menos vistosos. En vez de escenarios demenciales, ahora parecían parques infantiles. Como compensación, la serie ofrecía un personaje nuevo: Batgirl, la hija del comisario Gordon, interpretada por Yvonne Craig. Batgirl era una bibliotecaria de aspecto anticuado que escondía una mini-Batcueva detrás de su tocador. Sólo Alfred conocía su secreto, que había jurado guardar. Curiosamente, con Batgirl en acción Batman y Robin parecían unos cretinos integrales, ya que la jovencita se mostraba más avispada en la resolución de casos y acostumbraba a ganarles por la mano. “A Bill se le ocurrió la idea de introducir a Batgirl en la serie -explica FitzSimons.- Por aquel entonces, Yvonne Craig era una chica muy joven que luchaba con ciertos problemas de peso, especialmente en las caderas. La pobre Yvonne tuvo que seguir un régimen muy estricto para meterse en el disfraz de Batgirl. Le diseñamos una Batcicleta. Existió la posibilidad de que llegara a protagonizar su propia serie, pero no lo hizo. El énfasis se ponía en Batman, así que frecuentemente ella era un personaje subsidiario.” Yvonne Craig, al igual que Burt Ward, jamás había leído un tebeo de Batman. Pero es que, a pesar de que la serie de televisión era el éxito más grande desde que existía la civilización, tampoco la había visto. Afortunadamente, sí sabía montar en moto, aunque eso casi le proporciona un disgusto. “El encargado de los efectos, que era motociclista, me dijo que si quería que pareciese que tiraba abajo la pared al utilizar la salida secreta de Batgirl, lo que le daría mucha energía sería que al llegar a cierta marca que él pondría, yo acelerase al máximo -recuerda Craig-. Así, al llegar al punto en el cual la pared se viene abajo, haría el efecto de que yo la había arrollado. Pero como hay una parte de mí que no quiere morir, no hacía más que pensar, ¿y si algo no funciona bien? Así que aceleré al máximo pero no quité las manos de los frenos, y noté que la pared no bajaba en absoluto. Apreté los frenos, resbalé y no me empotré contra la pared por un centímetro. Resulta que había fallado la pared, que por fuera estaba pintada como si fueran ladrillos, pero que en realidad era un pedazo de madera contrachapada, casi como un puente levadizo. No me hubiera gustado estrellarme contra eso a toda pastilla y salir por el otro lado.

Existe un motivo para que, entre el mar de merchandising que generó la serie, no haya productos derivados de Batgirl: “Por lo que yo sé -afirma Craig- no hicieron ningún juguete de Batgirl durante los diez primeros años porque mi contrato incluía mi participación en el merchandising. Adam y Burt los demandaron durante años para intentar ganar algo del merchandising, pero nunca lo consiguieron. Pero cuando entré yo, mi merchandising aparecía en el contrato. Mi agente me había cubierto ahí, diciendo que si querían hacer cualquier cosa con el logo de Batgirl, Yvonne Craig o Barbara Gordon, yo recibiría un porcentaje de todo lo que hicieran durante los diez primeros años después de la emisión de la serie. Pero cuando la serie acabó en 1968, no había nada de Batgirl. ¡Entonces, cuando pasó el período de diez años, empecé a ver juguetes de Batgirl! No sé si fue debido a eso, pero probablemente sí. Pero la verdad es que me asombra que el merchandising de la serie durase tanto. Hicieron algunas cosas realmente extrañas.

Sin embargo, la adición de este nuevo miembro a la familia del murciélago no serviría para esconder las sustracciones en la producción. “Batman era una serie cara -explicaría West- y estaba perdiendo dinero. Me sentía muy frustrado y descontento, y quería dejarlo. Nada de lo que yo hiciera servía para convencer a los productores o al estudio de que debía hacer mejoras. Yo sólo era un empleado. Finalmente, perdí todo el interés porque sentí que estaban descuidando la serie. No se gastaban el dinero necesario, y no recibíamos los guiones que merecíamos. Yo no quería seguir siendo parte de esa situación. Estaba cansado de luchar para que los episodios fueran mejores. La serie que yo quería hacer ya no era posible. Pero detestaba abandonar al personaje porque Batman había sido muy bueno para mí.” También la reducción del tiempo de emisión, de dos a un episodio, se cobró su peaje en las historias. Stanley Ralph Ross explica que a partir de ese momento, la serie “fue completamente distinta porque pasó a convertirse en episodios de media hora. El problema entonces es que ya teníamos once o doce personajes en cada episodio, y había que escribir para ellos antes de empezar siquiera con la trama. Teníamos a Batman y Robin, y a Bruce y Dick, que son dos personajes distintos. Ya son cuatro. Después estaban Alfred, el comisario Gordon, el Jefe O’Hara, Batgirl y su alter ego. Después estaban los villanos y sus tres ayudantes. Con eso ya había trece personajes antes de ponerte con el argumento, y si querías que contratasen a alguien interesante para hacer de villano o de personaje secundario, tenías que darle algunas frases. No podías convertirlo en un extra. Así que el enfoque cambió por completo. Para mí, resultaban demasiado apretados y complejos. Yo prefería tener una hora. Ahí tenía tiempo para ser lánguido e imaginativo. Podía divertirme y disfrutar.” Con menos elementos visuales de valor y con guiones lamentables que habían perdido el empaque y la mordiente que les proporcionaba la férrea fórmula original, Batman agonizó hasta una muerte anunciada. Su último episodio fue emitido el 14 de marzo de 1968.

La importancia de esta serie de televisión en la historia de Batman es máxima. Fue ella la que convirtió a Batman en un héroe de las masas, en un icono conocido por el gran público, que ha seguido en contacto con él a través de las inagotables reposiciones. Posteriores batmanías, como la desatada por la película de 1989 y sus secuelas, sólo han recordado el conocimiento de Batman grabado en la conciencia colectiva americana por la serie de los 60. Sin ella, probablemente nunca se habrían hecho las películas de Tim Burton y Joel Schumacher, que en la complicada cadena de autorizaciones de una superproducción hollywoodiense, seguramente le parecieron una buena idea a algunos ejecutivos que recordaban al personaje de muchos años antes y que se frotaban las manos pensando en el merchandising que ya sabían era capaz de producir.

Artísticamente, la serie de televisión está muy cerca de agotar a Batman. Contiene todos los elementos reconocibles del superhéroe, y los observa con una mirada tan lúcidamente irónica que, prácticamente, los desactiva para funcionar en otras circunstancias. La única manera de tolerar los Batman más o menos oscuros que posteriormente ha planteado el cómic desde Neal Adams hasta Frank Miller o el cine con Tim Burton es haciendo un esfuerzo voluntario por olvidar completamente el luminoso mundo de esta pareja de aventureros amables que defienden un orden de cartón piedra con aplomo incomparable.

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