jueves, 24 de noviembre de 2011

EL BARBUDO


Hace un par de años, Norma publicó Mi pequeño, la primera obra del belga Olivier Schrauwen que llegaba a España y, si no me equivoco, la única todavía. El tebeo pasó sin pena ni gloria (aquí podéis leer una de las reseñas que se le dedicó en su día, a cargo de Rubén Varillas, que supo apreciarlo), y yo la verdad es que me quedé con ganas de más. Mi pequeño era un cómic extraño, casi misterioso, una réplica de los modos del pionero Winsor McCay en su obra cumbre Little Nemo in Slumberland, releída a través de la vanguardia contemporánea de Chris Ware. Un objeto sorprendente y sí, también artificial, que podía provocar la más entusiasta adhesión por su extremo formalismo o la más absoluta indiferencia por... por su extremo formalismo, supongo.

Este año he podido leer en inglés una nueva obra de Schrauwen, The Man Who Grew His Beard (Fantagraphics, 2011), que creo que me ha entusiasmado aún más que Mi pequeño. Si bien en el título anterior podía temerse que Schrauwen fuera un one-trick pony, que hubiera tenido un hallazgo feliz en su idea de reconstruir a McCay, pero que no tuviera más salidas una vez agotado el chiste, en The Man Who Grew His Beard demuestra una amplitud de recursos y de inquietudes mucho mayor, y además lo hace invocando de nuevo fantasmas del pasado, pero no de la tradición del cómic, sino de las vanguardias históricas de las artes plásticas y los pioneros de la animación. Esto hace que El hombre que se dejó barba resulte refrescantemente novedoso en sus códigos, como si fuera un cómic producido en un mundo donde el cómic hubiera seguido una historia alternativa, más ligada a las artes visuales que al entretenimiento infantil de masas. Un mundo donde tal vez George Grosz y Otto Dix hubieran sido dibujantes de cómics, y alguno de ellos habría acabado dibujando Tintín en el Congo.

Es la sombra de este álbum de Hergé, asediado hoy en los tribunales, la que sobrevuela la primera de las historias que componen el libro, «Congo Chromo», que podría interpretarse como una sátira del colonialismo (o de los símbolos nacionales belgas, sean el imperio perdido o la obra de su más famoso historietista). O tal vez no, y es que esa ambigüedad sobrevuela todas las viñetas de Schrauwen. El caso es que los protagonistas son tres blancos perdidos en una selva de estereotipados negritos que parece más un papel pintado que un escenario africano verosímil. Uno de los blancos es un individuo que, tras ver cómo su pierna es mordisqueada por un hipopótamo, acabará abandonado a un turba de monos furiosos, otro es un lánguido hombre barbudo que parece continuamente nostálgico de su patria belga, y el tercero es un voraz y estruendoso cazador que devora todo lo que encuentra a su paso. A partir de aquí, cualquier intento de describir argumentalmente lo que pasa en el resto del libro supone entrar en territorios resbaladizos. Hay situaciones, escenas y movimientos, pero no hay una lógica inequívoca en ninguno de los relatos. Y quizás eso sea lo que más evidentemente interesa a Schrauwen: lo irracional. De la misma manera que en Mi pequeño se acercaba al mundo de la infancia, previo a la razón, en The Man Who Grew His Beard parece que quiere acercarse al mundo de la locura, posterior a la razón. El personaje barbudo que se repite en alguna de las historias del volumen -pero no en todas- se muestra en «Hair Styles» como un dibujante sometido a una extraña disciplina colectiva, junto a otros sujetos de observación frenológica a los que tutela una figura paternal. Cuando más tarde lo vemos abandonar el edificio donde dibujaba, comprendemos que es un loco al que han dado el alta y que regresa al mundo exterior. Exterior/interior son valores tan importantes para Schrauwen que incluso sirven de título para una de sus historias, «Outside/Inside», donde se manifiesta la utilización de un código visual doble para representar la triste y gris realidad exterior frente a la rica e intensa realidad interior, la realidad de la imaginación, de la fantasía sin trabas, irracional, donde «todo se puede hacer realidad». En cierta manera, las viñetas con las que Schrauwen representa ese mundo de la imaginación me recuerdan a los cuadros de Adolf Wölfli, uno de los primeros grandes pintores locos del arte marginal. Y no estoy seguro de que esa semejanza sea meramente casual.

Aunque Schrauwen experimenta también con el poder de las imágenes, por encima de lo meramente narrativo, su propuesta está muy alejada de la de Anders Nilsen o Gary Panter, tal como sugería en mis últimos posts. Ellos siguen la lógica del dibujo, mientras que Schrauwen parece más bien que concibiera imágenes y luego las reprodujera sobre el papel. El trabajo de aquellos es más orgánico, más físico y procesual. El de Schrauwen parece más producto de un ejercicio intelectual que se expresara gráficamente. Digamos que las imágenes de Panter sugieren una descripción, mientras que las de Schrauwen parecen sugeridas por una descripción.

Fuera como fuese, The Man Who Grew His Beard ha renovado para mí ese entusiasmo por un objeto raro y sorprendente, infinitamente revisitable, que ya en su día me produjo Mi pequeño.

5 comentarios:

rayco dijo...

En la web de FB hay colgado un pdf con unas cuantas páginas, se lo pediré a los reyes jaja

el tio berni dijo...

A mí este me ha gustado bastante más que "Mi pequeño", precisamente porque creo que va mucho más lejos, alejándose ya de los referentes del cómic que usaba en aquel para tirar por otra vía mucho menos complaciente.

Te habría encantado la charla de Álvaro Nofuentes en Alcalá.

Little Nemo's Kat dijo...

Vaya, nos empuja usted al dispendio una vez más. A ver cómo entretenemos ahora los días hasta que llegue la copia de "The Man Who Grew His Beard". Me encanta cuando se pone usted "vanguardista". Thanks ;)

PS. Vaya pintaza lo que comentaste el otro día de Yokoyama. ¡Las páginas de ese "Color Engineering" recuerdan a un Chippendale metido en pasapuré con un par de expresionistas americanos! Tremendo.

Toni Mascaró dijo...

Nosotros compramos la edición finlandesa de Hudda Hudda cuando fuimos a Helsinki. Es insuperable. Qué pasada

NOFU dijo...

El parecido con Wölfli no es casual, no. Él mismo lo ha citado en entrevistas como una de sus influencias fundamentales.