lunes, 30 de mayo de 2011

LA TERAPIA DEL MARTILLO


Hace unos diez años que leí El viaje del escritor (Ma Non Troppo, 2002), de Christopher Vogler, una de las personas que más ha influido en el cine de Hollywood que llevamos viendo los veinte últimos años y, por extensión, en prácticamente toda la ficción audiovisual que hemos consumido en tiempos recientes.

En los años 90, Vogler escribió un breve documento conocido como Guía práctica para el héroe de las mil caras de Joseph Campbell. El documento circuló ampliamente por los departamentos creativos de Hollywood y se convirtió en la guía y hasta el molde por el que la mayoría de los guionistas empezaron a escribir las películas a partir de ese momento. Casi cualquier blockbuster o película popular, desde Matrix hasta las de Píxar, sigue escrupulosamente (o lo intenta) el esquema de Vogler.

Vogler lo que hacía era aplicar las enseñanzas de El héroe de las mil caras (1949), de Joseph Campbell, al cine de Hollywood. Campbell hacía un análisis psicoanalítico comparado de las mitologías mundiales, buscando en sus elementos comunes aquellas verdades ocultas que podrían explicar su valor simbólico. Para Campbell, los aparentemente dispares y (muchas veces) disparatados mitos de todas las tribus y culturas del mundo tenían no solo una base compartida, sino una función esencial para el ser humano desde un punto de vista psicológico. Como él escribe: «Siempre ha sido función primaria de la mitología y el rito suplir los símbolos que hacen avanzar el espíritu humano, a fin de contrarrestar aquellas otras fantasías humanas constantes que tienden a atarlo al pasado». Simplificando, los mitos son formas simbólicas establecidas en una comunidad que ayudan a que sus miembros venzan en la batalla psicológica contra los demonios internos espirituales que tienden a hacernos caer en la melancolía, la desesperación o la pasividad. Vogler entendía que el cine actuaba como mitología moderna y que por tanto atendía a las mismas funciones y necesidades simbólicas, de modo que los esquemas de Campbell podían servirnos para entender mejor las películas y cómo funcionaban en un nivel profundo.

Por supuesto, Joseph Campbell ya era un estudioso muy popular en Estados Unidos antes de que Vogler escribiera su pequeño tratado. George Lucas había repetido muchas veces que fue una de las inspiraciones fundamentales para La guerra de las galaxias, e incluso había presentado una serie de televisión basada en la obra del estudioso, The Power of Myth. Sin embargo, Vogler causó un gran y renovado impacto porque supo explicar con meridiana claridad exactamente cuáles eran las etapas, funciones y personajes relevantes en la aplicación del «viaje del héroe» a la ficción audiovisual contemporánea. En 1998 amplió su breve tratado y lo publicó en forma de libro, y fue así como llegué a El viaje del escritor.

Durante algún tiempo, El viaje del escritor fue muy importante para mí. Es uno de esos libros que explica las cosas con tal sencillez y con tal precisión que no puedes evitar el asentimiento total. Después de leerlo, ya no vuelves a ver igual ninguna película. Es como si en vez de ver lo que ven tus ojos estuvieras viendo todo el tiempo lo que hay debajo. Ya no ves el escenario, ves la tramoya, y no puedes evitarlo: has perdido la inocencia para siempre. Después de leer a Vogler, solo podía reconocer el viaje del héroe por todas partes. Pero no solo, obviamente, en las películas heroicas, sino también en las demás. Daba lo mismo una película de Robert Zemeckis que una de David Lynch, o incluso de Rossellini. Si las pasabas por el descodificador, todas eran lo mismo.

Hoy en día ya no siento tanto interés por los manuales de guión y los análisis de historias, pero aún así, sigo recomendando El viaje del escritor cuando alguien tiene alguna duda para resolver un argumento o salir de una escena donde se ha atascado. Creo que seguir a pies juntillas el esquema de Vogler produce historias sin alma, formulaicas. Y él también lo creía: en el prefacio de El viaje del escritor advierte sobre el peligro de caer en esto. El problema es que un método de análisis te puede servir para entender cómo funciona un objeto de estudio dado: una película, un guión. Pero si el método de análisis es la base sobre la que construimos un objeto, entonces este se convertirá solo en un discurso expositivo de una teoría previa. Es decir, un artefacto sin vida y sin alma, que es exactamente lo contrario de lo que pretenden ser los mitos. A pesar de ese peligro, conocer todos estos mecanismos es extraordinariamente útil desde el punto de vista práctico para cualquiera que esté intentando escribir una historia. Hay que conocer perfectamente el terreno para saber cuándo debemos seguir el camino marcado y cuándo podemos apartarnos del mismo y explorar el territorio virgen. Y, como veis, además parece imposible escapar de la metáfora del viaje cuando escribimos sobre historias.

Desde que descubrí el método Vogler, invariablemente he descubierto que, una y otra vez, el punto donde tienen más problemas todos los escritores -inéditos o publicados; esto es algo que se percibe cuando te pasan una sinopsis de dos folios para una novela gráfica o cuando estás en el cine viendo una película de 200 millones de dólares- es el punto más crucial de la película: la odisea (el calvario), también llamado ordeal. Ese es el momento en el que el héroe se convierte en héroe, y, contrariamente a lo que mucha gente suele creer, no coincide con el final de la película, sino con su momento intermedio exacto. Grosso modo, el guión debería dividirse en tres grandes bloques: primer acto, segundo acto y tercer acto. El primer y el tercer acto, en un ideal de equilibrio, deberían sumar entre ambos la misma extensión que el segundo. Es decir, el segundo es tan largo como todo el resto de la película junta, y eso hace que mucha gente lo considere dividido a su vez en dos subactos (por eso hay gente que habla de cuatro actos, no de tres). El primer acto es la partida del viaje: la presentación de los personajes, el mundo y el conflicto a resolver, y la motivación para emprender el viaje por parte del (reticente) héroe. El tercer acto es el regreso a casa con lo que Vogler llama «el elixir», la solución mágica a los problemas de la comunidad que provocaron la partida del héroe en el primer acto. Entonces, ¿qué es lo que pasa en el segundo acto? Que el héroe consigue el elixir, que el héroe se convierte en héroe y se dota de los poderes y capacidades de salvar a su pueblo. ¿Y cómo lo consigue? Enfrentándose a su mayor desafío, su mayor miedo, su doble tenebroso, su sombra, y venciéndolo. Ese momento se produce exactamente en la mitad del segundo acto y supone una muerte simbólica del héroe, y su posterior renacimiento. Es el momento más oscuro, el de mayor desesperación. Si fuéramos cínicos y quisiéramos contar una historia antimítica, sin valor psicológico, la historia acabaría ahí, con la muerte del héroe, sin obtener el elixir, sin volver a casa, sin salvar al pueblo. Pero la historia nunca acaba ahí, el héroe siempre se levanta y, ya en otro nivel, vuelve para salvarnos y darnos aquello que necesitamos de la historia que estamos viendo, leyendo o escuchando.

Sin embargo, es fácil matar a un héroe (simbólicamente o no), pero no es tan fácil resucitarlo y devolverlo a la batalla. Es por eso que tantas películas nos gustan durante «la primera hora» y luego se nos vienen abajo. Se detienen, pierden impulso, de pronto parece que ya nada tiene sentido y que a partir de cierto momento todo es gratuito y los acontecimientos se precipitan sin fuerza ni consecuencia alguna hacia un final que es más un término que una conclusión. En ese momento, podemos sospechar que los guionistas no han sabido resolver el calvario.

Esto es algo que me parece fascinante. No voy a entrar a cuestionar este tipo de historias o este tipo de cine. Hoy en día creo que hay muchas cosas distintas que contar y que no todas tienen que adherirse estrictamente al viaje del héroe. Pero eso no quiere decir que no puedan seguir contándose historias que sigan con toda ortodoxia el viaje del héroe y que este no siga siendo un planteamiento válido para dotar de sentido -que no de contenido- a grandiosos artefactos audiovisuales llenos de efectos especiales que necesitan la excusa de una historia para que los aceptemos como una experiencia narrativa y no solo audiovisual. A lo que iba: yo no voy a ver Thor porque quiera ver una historia sorprendente, original y que me deje perturbado. Voy a ver Thor porque quiero ver a dioses asgardianos dándose de hostias en mundos fantásticos, y para sostener eso durante dos horas de espectáculo, necesito una historia sencilla, conocida y eficaz. Un cuento que me han contado mil veces, pero que sea lo bastante robusto como para sostener lo que de verdad importa: las hostias en 3D. No pido nada más que eso. Es más: creo que una película como Thor con un guión extraordinariamente original y subversivo sería un fracaso (artístico) absoluto. No es eso lo que toca.

Lo que no entiendo es que sea un fracaso (artístico) absoluto cuando solo tiene que ser convencional.

Es decir, millones de dólares invertidos en tecnología audiovisual que hasta hace dos días no existía y que funciona fantásticamente se van al garete porque parece ser que no hay profesionales capaces de hacer algo que lleva décadas haciéndose con plantilla (desde Vogler) y siglos intuitivamente (desde las fogatas), y para lo cual solo necesitas la tecnología de un papel y un bolígrafo. Hoy no estamos aquí para quejarnos de que se hagan películas con fórmula, hoy estamos aquí para decir que ya ni siquiera las fórmulas se saben aplicar correctamente.

El ordeal o calvario de Thor en su película se produce entre el momento en que Thor no es capaz de levantar su martillo hasta el momento en que el martillo se le levanta solo.

La metáfora parece bastante transparente.

Y, en efecto, hoy en día la mayor parte de las películas de Hollywood se han convertido en herramientas de autoayuda para una población que lleva décadas presa del psicoanálisis y que nos transmite su neurosis al resto de occidente. El viaje del héroe repetido de forma más expresa en el cine reciente es el viaje del hombre blanco maduro que ha perdido las cualidades humanas apropiadas y se ha convertido en una persona arrogante, egoísta, iracunda y/o insolidaria y que a través de las peripecias de la película aprende a convertirse en mejor persona. En resumidas cuentas: el hombre blanco amo del mundo que se siente culpable por ser el amo del mundo.

En el caso de Thor, el dios del trueno acumula todos esos feos rasgos de carácter (y además, es violento), y por eso pierde su condición divina y se sume en su calvario. Hasta ahí, aunque sea simple, el argumento se puede aceptar. El problema es, como suele ser, la manera de resolverlo. Thor parece aceptar inmediatamente toda su culpa -como un alcohólico en proceso de recuperación paso a paso- y se humaniza siendo más majete y recogiendo los platos de la comida. Inmediatamente, llega el Destructor a la Tierra y nuestro héroe, sin buscar otras alternativas, decide sacrificarse ante él por los demás, obteniendo así la redención y volviendo a su condición natural de dios, pero siendo mejor persona. A partir de ahí, ya solo quedan flecos, el mecánico regreso a casa y aplastamiento del villano. No hay nada más que resolver, porque todo se ha resuelto ya, y lo peor es que nada nos importa porque hemos visto que era todo una farsa: en realidad no se ha resuelto nada.

El héroe debe levantarse a través de acontecimientos, no solo porque haga examen de conciencia. O porque reciba una arenga que le «haga reaccionar», como sucedía por ejemplo en Spiderman 2, donde Peter Parker perdía sus poderes por una crisis de fe y los recuperaba porque su tía May le soltaba un discurso inspirador gracias al cual superaba su depresión. (Salvo por esto, debo decir que Spiderman 2 es una de mis películas de superhéroes favoritas; fantásticas las batallas con Octopus).

Creo que el problema viene, en gran medida, de este deslizamiento de la ficción hacia la terapia, que cada vez es más expreso, desde las comedias tipo Una terapia peligrosa (los títulos españoles siempre desnudan a las películas americanas) o Mejor... imposible hasta las películas de superhéroes para todos los públicos. Campbell, efectivamente, veía en los mitos los recursos simbólicos necesarios para equilibrar nuestra psique, pero una traslación literal de estas funciones al tejido de la ficción la convierte en una mera sesión de psicoanalista que se da por buena si, simplemente, nos han repetido los cuatro principios de autoayuda que nos ayudarán a mejorar como personas. Porque, efectivamente, si mejoramos nuestra conducta, mejoraremos nuestra mentalidad, y con eso mejoraremos nuestra vida y la de los demás y todos seremos más felices. Y eso está en nuestra mano, depende única y exclusivamente de nuestra voluntad. Si queremos, podemos. Y mediante este salto del mito a la terapia, acabamos aceptando que nuestra responsabilidad individual es también una responsabilidad civil. No cambies el mundo, no cambies las condiciones socioeconómicas, acéptalo tal y como es, intégrate, equilíbrate. Evita la política. Ningún acontecimiento externo te va a hacer sentir mejor, la revolución tiene que ser interior. Un discurso, una reflexión, una toma de conciencia bastan para cambiarte a ti mismo y para cambiar tu mundo.

Acepta la terapia.

Asiente.

Y el martillo se levantará solo, ingrávido, y volverás a ser tú mismo, con todo tu poder.

sábado, 28 de mayo de 2011

MAÑANA, EN LA FERIA DEL LIBRO

Ya ha llegado ese momento del año. Sí, las lluvias torrenciales de ayer indicaban de forma inequívoca que ha empezado nuevamente la Feria del Libro de Madrid, ese evento que hace que todos los pálidos escritores e historietistas salgamos arrastrándonos de nuestras catacumbas para exponernos a las inclemencias del tiempo y los lectores en pleno Parque del Retiro, protegidos únicamente por una caseta de contrachapado y un parapeto de libros con nuestro nombre en algún lugar de la portada. Mañana estaré firmando en la caseta número 140, la de los amigos de Madrid Comics, de 12 a 14 horas. Si todavía no os he dedicado La novela gráfica o si tenéis algún ejemplar de El Vecino, La tempestad o Jekyll y Hyde a medio firmar (es decir, únicamente con dibujo del artista, pero sin garabato del guionista), mañana tenéis la oportunidad de que os lo desfigure definitivamente.

jueves, 26 de mayo de 2011

LA METAMORFOSIS DE LA ODISEA


Un reencuentro con Jim Starlin treinta años después.

La idea de que una epopeya de fantasía o ciencia-ficción era el vehículo adecuado para expresar un mensaje artístico maduro y personal tuvo éxito en el cómic norteamericano de los años setenta. Durante esa década, numerosos historietistas jóvenes trataron el relato de género no como la explotación de una fórmula convencional, sino como un soporte que permitiera el acceso a una respetabilidad creativa hasta aquel momento reservado únicamente a la literatura y las bellas artes. Sin duda, tuvo mucha importancia para la fortuna de esta corriente el profundo impacto que causó, no sólo en la sociedad en general, sino especialmente en la comunidad de aficionados (el incipiente mundo friki) la película 2001: una odisea del espacio (1968), de Stanley Kubrick, cuyos psicodélicos efectos tuvieron eco en los cómics y la cultura pop durante mucho tiempo. Nos situamos en una década enmarcada por dos películas que cambiaron significativamente los esquemas mentales de muchos creadores. Por un lado, la mencionada 2001 abre los 70 con el deseo de despegarse de las raíces pulp de la ciencia-ficción y de aspirar a lo épico, a lo sinfónico. Por el otro, La guerra de las galaxias (1977), de George Lucas, cierra ese período devolviendo la ópera a su condición de opereta rock, la epopeya a su estado de folletín por entregas y la fantasía a sus raíces de género de consumo de carácter juvenil. Si los 70 habían sido la década de French Connection, El Padrino o El exorcista, los 80 lo serían de Los cazafantasmas, Regreso al futuro y Terminator.

Es justamente en esta tesitura, en 1980, donde se sitúa Jim Starlin con su Odisea de la metamorfosis.

El cómic ya había experimentado esa búsqueda de nuevos horizontes sin perder las raíces, a través de la fantasía heroica, que había jalonado el camino de la novela gráfica (o la proto-novela gráfica) en Estados Unidos: Blackmark (1971), de Archie Goodwin y Gil Kane, The First Kingdom (1974-1986), de Jack Katz, Bloodstar (1976), de Richard Corben y Cerebus (1977-2004), de Dave Sim, eran hitos que hablaban del deseo de muchos dibujantes de romper las cadenas invisibles del cómic desde dentro.

Jim Starlin había sido quizás el primer historietista con verdadera mentalidad de autor que trabajara en el entorno profesional de las grandes editoriales (en su caso, Marvel), durante esa década. Uno de los pioneros en el desempeño conjunto de las dos labores creativas tradicionalmente separadas en la industria americana, es decir, el guión y el dibujo, se había ganado merecidamente la fama de ser uno de los talentos más destacados de su momento. Había dado su primer toque de atención en una etapa de Captain Marvel, y se había consagrado con otro personaje cósmico de segunda fila, Warlock, a quien convirtió en protagonista de una excepcional saga que rápidamente pasaría a ser considerada «de culto». Starlin fue, en cierta medida, un antecedente de Frank Miller (a quien, por cierto, utiliza de modelo para uno de los personajes del capítulo 3 de La odisea de la metamorfosis), un creador completo con temas recurrentes y una acusada personalidad gráfica y literaria.
Starlin tuvo su gran oportunidad cuando Marvel quiso imitar Heavy Metal (la versión americana de Métal Hurlant, revista francesa de ciencia-ficción y fantasía que renovó el panorama durante los 70), con su propia cabecera de lujo para adultos, Epic Illustrated. Aquí encontró el ambicioso historietista la oportunidad de expresar todo lo que llevaba dentro sin barreras de censura y conservando la propiedad de la obra. Estaba a punto de cumplir los 30, y en ese momento aunaba el hambre necesario para hacer un gran esfuerzo por un gran proyecto y la experiencia suficiente para acometer con garantías un trabajo de envergadura. Ese trabajo fue La odisea de la metamorfosis, que en su mismo título reúne términos característicos de la década precedente. La odisea ya estaba en Kubrick, la metamorfosis ya estaba en el Capitán Marvel y Warlock.

En La odisea de la metamorfosis, Starlin, pletórico en lo gráfico, mostró un nivel al que nunca volvería a acercarse en su carrera, y optó por pintar todas las páginas, acudiendo así a una de las técnicas que simbolizaron la liberación artística en el cómic durante los 70. Pregótico, mostró aún más que en sus tebeos anteriores su morbosa obsesión con la muerte, en una historia que se podría leer como la de un inmenso suicidio colectivo. El desaliento y el tono fúnebre eran propios de un autor que no creía en los verdaderos héroes y para el que los villanos casi siempre éramos nosotros. El conflicto sociedad-estado y ciencia-religión –que serán los ejes de la continuación de la Odisea en Dreadstar- es el telón de fondo. A medio camino entre la tradición europea de la fantasía y la americana de los superhéroes, la Odisea se entreteje con elementos del ciclo artúrico, El Señor de los Anillos, La guerra de las galaxias y el ecologismo hippie. Quizás Starlin pusiera demasiados ingredientes en su caldero, que a veces parece desbordarse, pero del exceso hace virtud: aunque la historia está cerrada y completa, es más potente por lo que sugiere y por lo que no cuenta que por lo que nos enseña. Es su condición alegórica y su forma de fábula la que, al hacerla más pequeña, le posibilita el acceso a la grandeza.

Starlin prolongaría La odisea de la metamorfosis a través de la figura de Vanth. Primero, en The Price presentó a Syzygy Darklock, el que sería el relevo de Aknatón como figura mística y detonante de la acción. Después, en Dreadstar (el álbum de la colección Marvel Graphic Novels) recuperó a su viejo héroe original. Finalmente, la saga desembocaría en una serie de comic books, Dreadstar, que cubriría buena parte de los años 80, en uno tono mucho menos grave que el que había presidido los inicios de la historia.
La odisea había sufrido finalmente su propia metamorfosis, y la relectura de las páginas originales treinta años después nos deja el testimonio de un momento de ilusiones en el que el firmamento del cómic americano se iluminó con un punto incadescente, que bien podría ser el nacimiento de una nueva estrella o la explosión de una vieja galaxia. Y allí estaba Jim Starlin, tomando nota de ello, hechizado y emocionado, hechizándonos y emocionándonos todavía hoy.


Este texto debería de haber aparecido en el tomo de La Odisea de la Metamorfosis que publicó Planeta-DeAgostini recientemente. Por algún problema de última hora finalmente no fue incluido.

martes, 24 de mayo de 2011

LA BELLEZA DEL DIBUJO


Dos páginas de Paying for It (Drawn & Quarterly, 2011), lo nuevo de Chester Brown.

PEPO HABLA

Es ya del mes pasado, pero yo lo acabo de escuchar hoy. Me refiero al programa 67 de Rock & Cómics, donde Hugo Rodrigo Zapata entrevista a Pepo Pérez, el amigo con quien he hecho los tebeos Spanish Revolution y El Vecino, entre otros. Además, la parte rockera del programa está dedicada a uno de los mejores discos de todos los tiempos, el Ziggy Stardust de David Bowie, de modo que la escucha se hace más que recomendable. Por cierto, que en ese mismo programa Rock & Cómics se emitirá en breve un debate sobre novela gráfica en el que participo junto al mismo Pepo, Pablo Ríos y Óscar Senar.

lunes, 23 de mayo de 2011

BOLICHE, SIEMPRE BOLICHE

Después de ir invitado a dos de las ediciones anteriores de los Diálogos del Señor Boliche, este fin de semana me acerqué a las jornadas comiqueras que organiza El Planeta de los Cómics por iniciativa propia, acompañado de El Tío Berni y aprovechándome de la amable hospitalidad de Toño Garrido y Begoña, dos personas tan encantadoras como el resto de los Boliches y satélites (Pablo, Adolfo, Raúl, Luisa y demás... Jorge, ¡se te echó de menos!). Esta edición de Boliche estuvo protagonizada por cuatro autores de El Jueves: Manel Fontdevila, Manuel Bartual, Paco Alcázar y Albert Monteys, que dieron un par de charlas y finalmente participaron en una jam session de dibujos al ritmo que marcaban los DJs de TurtlePowerCrew. Esto de dibujar en directo al ritmo de la música es una de esas ideas felices que está empezando a agotar su vida útil, y sin embargo tal y como lo organizaron los del Boliche funcionó espléndidamente: los cuatro autores intercambiaban los mismos dibujos y producían páginas completas, y la forma de proyectar el trabajo, a través de la imagen recogida por unas cámaras cenitales, producía un interesantísimo vídeo en directo entre lo teatral y lo artístico. Fue una de las sorpresas agradables del fin de semana. Las otras cosas agradables no fueron tanta sorpresa: la simpatía del Gran David Aja y Pilar, las excelentes comilonas rematadas con esos imprescindibles judiones a la granja... En fin, no sigo. Los Diálogos del Señor Boliche no son ni un salón ni unas jornadas, sino una de las mejores experiencias que he conocido en España para convivir muy de cerca con un puñado de autores durante un par de días. Espero que sigan con ganas y entusiasmo para continuar mucho tiempo más. Yo amenazo con volver.

Hay vídeos de lo que pasó en Valladolid este fin de semana. En primer lugar, la charla con Manuel Bartual y Paco Alcázar, que llevó Raúl Álvarez. Por problemas técnicos no pude grabarla entera, pero sí en su mayoría. Al final lleva sorpresita, como las pelis de Marvel:



La charla de Manel Fontdevila y Albert Monteys con Toño Garrido sí está completa. La he subido dividida en cuatro partes, que se pueden ver todas seguidas en una lista de reproducción:



Y por último, un breve resumen de lo que fue la Drawing Jam que cerró este Boliche:

sábado, 21 de mayo de 2011

viernes, 20 de mayo de 2011

CAMARADAS


Hacer tebeos es una tarea solitaria. Por eso los dibujantes acudimos con tanta alegría a cualquier celebración colectiva, festivales, inauguraciones, charlas o jornadas, porque nos gusta salir del estudio y ver que hay otras personas de verdad ahí fuera con las que te has comunicado a través de esos papeles en los que has invertido tantas horas de tu vida. Cada acto público es nuestra pequeña acampada de Sol, una revolución amable en nuestra vida de ermitaños.

Pero la soledad muchas veces no es solo una circunstancia social. A menudo, también nos sentimos solos creativamente. ¿Habrá alguien ahí fuera que me entienda? ¿Otro autor que esté haciendo algo parecido a mí, que sintonice con mis ideas, que pueda comprender mis frustraciones y aspiraciones? ¿Un verdadero camarada de la viñeta?

Por eso, cuando hace un par de semanas me pidieron que participara en la presentación de El Héroe (Astiberri) de David Rubín en la librería Generación X de Madrid, no lo dudé ni un instante. No solo porque el acto me hacía salir de casa, sino porque me hacía salir de casa para acudir al encuentro de un autor al que considero un camarada de la viñeta. Por actitud ante los tebeos, por inquietudes y aspiraciones, hacía tiempo que me sentía cercano a David. Pero después de leer y releer El Héroe y de releer el resto de la obra de David, me resulta evidente que lo que está intentando hacer Rubín y lo que estamos intentando hacer Pepo Pérez y yo, por ejemplo, con El Vecino, se levanta sobre el mismo horizonte. Me refiero a que tanto David como Pepo y yo venimos (entre otras cosas) de los superhéroes, de Kirby y de Miller y de Superman vs. Spider-Man y, también, a que no es ahí a donde nos dirigimos, sino a algo distinto, a algo nuevo, personal, a algo propio, algo que incluye aquello pero a lo que sentimos que estamos sumando nuestra propia experiencia, nuestra propia vida, nuestra propia sensibilidad. No creo que David Rubín quiera reproducir aquellas secuencias de acción del Capitán América de Kirby ni perpetuar el DK2. Sé que no es eso lo que Pepo y yo pretendemos con El Vecino. Queremos absorber lo que nos han enseñado nuestros mayores, los que han venido antes que nosotros, y aprendiendo de ellos queremos llegar a contar nuestra propia historia.

Pero quiero que quede claro que el sentimiento de comunidad excede al hecho de compartir unas referencias concretas. En el caso de David y de Pepo y de mí, tenemos tótems comunes, pero El Héroe lleva prólogo de Paco Roca, y creo que resultaría difícil encontrar a Jack Kirby o Frank Miller en las páginas de Las calles de arena y El invierno del dibujante (¡no menciono Arrugas porque ahí sí que es evidente que hay una clara inspiración en Batman The Dark Knight Returns!). Es decir, que lo que nos une no es tanto (o exclusivamente) de dónde venimos, sino también (y en mayor medida) a dónde vamos. Y si he de ser sincero, creo que tanto David como Pepo y yo, como Paco Roca, como Carlos Vermut, Fermín Solís, Marcos Prior, Sergi Puyol, Mireia Pérez, Pere Joan, Max y otros cuantos no sabemos muy bien a dónde vamos, pero sí que vamos juntos, o al menos que nos hemos perdido por los mismos andurriales.

Así que bueno, a lo mejor no llegamos a ninguna parte, pero al menos nos podremos devorar unos a otros cuando nos quedemos sin víveres.

Mientras llega ese momento de canibalismo comiquero, confieso que también había un motivo exclusivamente vanidoso para aceptar la invitación: quería tener el orgullo de estar en esa presentación porque sospecho que El Héroe puede ser un tebeo histórico. Algún día miraremos atrás y diremos: «¿Recordáis las movilizaciones del 15M que cambiaron el sistema político y financiero en España?», y responderemos: «Ah, sí, aquello fue el mismo mes que salió El Héroe de David Rubín, ¿verdad?» Quizás exagere (en lo del tebeo o en lo de las movilizaciones), pero mi sentimiento es que este libro merece las exageraciones. Es un tebeo exagerado, al fin y al cabo.

La exageración ha sido siempre uno de los rasgos de la obra de David. Nunca ha hecho nada a medias, nunca ha sido comedido, sopesado, equilibrado. Siempre ha tirado por el lado de lo extremo: lo muy sentimental, lo muy emotivo, lo muy violento, lo muy íntimo, lo muy grandioso. En El Héroe hace muchísimas cosas que yo nunca me atrevería a hacer. Yo me lo pensaría demasiado. Él, cuando ha terminado de pensarlo, ya lo tiene dibujado sobre la página y ya está con la siguiente. No es una virtud ni un defecto, es una forma de ser, y esa espontaneidad es la que le da esa energía insoportable a este tebeo que es como una bomba de colores que te explota en la cara.

Todo lo que hay en El Héroe ya estaba en los tebeos anteriores de David Rubín. Esa mezcla de nombres clásicos, elementos mitológicos y pop, y momentos intimistas hechos puré en un paisaje mental completamente anacrónico y personal, ya estaba en El circo del desaliento y en La tetería del oso malayo. Pero el David que afronta El Héroe ya no es el chaval que aprendía a marchas forzadas con aquellas historietas. Estamos tan acostumbrados a que los historietistas asciendan con 25 años y se retiren con 35 que nos cuesta entender que se puedan hacer obras de aprendizaje y que solo a partir de los treinta y tantos, y ya con unas cuantas páginas acumuladas y publicadas, pueda uno empezar a crecer en serio. Nos parece hasta raro que alguien como Pere Joan se muestre tan espléndidamente maduro y creativo pasados los 50, que es una edad perfecta para empezar a ser un artista (y una persona, diría yo) con verdadero fundamento. El David Rubín de El Héroe está trabajando en lo mismo que el de sus dos primeros libros con Astiberri, cierto, pero sus capacidades como autor son muy superiores, gracias precisamente a ese camino que ya ha recorrido.

Hay un detalle significativo de cómo Rubín ha crecido como artista. En El circo y La tetería, como en Cuaderno de tormentas, el desdoblamiento entre el narrador y lo narrado era expreso, siempre manifestado sobre la página. David sentía la necesidad de señalarle al lector no solo que iba a leer unas historias, sino que, además, eran sus historias, y así el David Rubín autor se introducía como personaje y figura dentro del libro. En El Héroe no es necesario hacerlo (aunque un impulso de última hora le llevó a añadir la página prólogo donde se figura como niño recibiendo la inspiración kirbyana), porque el personaje y el autor por fin se pueden fundir completamente en un solo dibujo. El relato, por supuesto, no es solo el del héroe, sino el del héroe encadenado, porque Heracles solo puede ser Heracles si tiene que romper las cadenas. Así se titulaba una serie de DC de los 70 que estoy seguro de que David ni siquiera conocía: Hercules Unbound, y así empezaba, con un Hércules que rompía sus cadenas para vagar luego por un mundo postapocalíptico en el que mito y fantasía se mezclaban con la libertad con la que solo se pueden mezclar en los caprichos infantiles. El Heracles de Rubín, al fin y al cabo, es una persona frustrada por la incapacidad de hacer lo que quiere y como quiere, por la servidumbre forzosa a dueños egoístas y caprichosos que le enfrentan a tareas ingratas y estériles, repetitivas. El Heracles de Rubín se hace mayor, y ve que se le pasa la vida esperando el día de romper las cadenas y ser un héroe. El héroe que él sabe que no es aunque los demás le vitoreen.

El Heracles de Rubín, qué coño, estaría hoy, en estos momentos, acampado en la Puerta del Sol.

No voy a insistir más ni voy a intentar hacer una crítica elaborada, porque a estas alturas seguro que tú estás más cansado de leer estas líneas que yo de escribirlas. Además, me reservo para el segundo volumen, que sospecho que va a ser mucho mejor que este primero. Creo que este Héroe es solo el primer golpe que nos deja tambaleándonos, pero que el segundo es el que nos va a tumbar. Veremos. Mientras tanto, el que sienta curiosidad por escuchar a David Himself hablando de este tebeo puede escuchar la grabación de la presentación en Generación X (agradezco enormemente la colaboración y amabilidad de Ismael y todo el equipo de la librería, sitios como este ayudan un montón a que sigamos haciendo tebeos, y no solo porque los vendan). Aunque se oye razonablemente bien, el vídeo tiene la calidad de imagen de una snuff movie, lo cual contribuye a darle un aire aún más underground que creo que no le viene nada mal. Es una serie de seis que he agrupado en una lista de reproducción. Aquí dejo el primero.

miércoles, 18 de mayo de 2011

OTRAS MANERAS




Hace unas semanas comentaba aquí que ya tenía en mis manos la adaptación al cómic de Nocilla Experience, la novela de Agustín Fernández Mallo, realizada por Pere Joan (reseña pendiente, por cierto, y le tengo muchas ganas). Bueno, pues hoy he recibido otra adaptación al cómic. En este caso la obra original es El caballero errante, de George R. R. Martin, y la versión en cómic la realizan Ben Avery y Mike S. Miller. Pero para conocer este último dato es necesario consultar la página de créditos en el interior del libro, ya que ni en portada, ni en el lomo, ni en la contraportada se menciona ni una sola vez al guionista y el dibujante.

En la portada de Nocilla Experience, la novela gráfica, sin embargo, solo aparece el nombre de Pere Joan.

Son formas diferentes de hacer las cosas. De hacer tebeos, quiero decir.

viernes, 13 de mayo de 2011

ELIPSIS


Bill Foster, Goliat Negro, acaba de recibir una paliza a manos del malévolo Atom-Smasher. Abandonado a su suerte, lo rescata una chica (que luego resulta ser azafata) la cual, sin conocerlo de nada, se lo lleva a casa para que el hombretón musculoso, sudoroso y enmascarado se recupere convenientemente en el sofá de su salón. Cuando Goliat ya se siente bien, entablan un diálogo circunstancial que rápidamente se embala hasta llegar a la penúltima viñeta de la página:

- Además... me gusta tu cara, amigo.
- Y a mí la tuya, chati.

Corte en seco y en la viñeta siguiente:

-¿Te tienes que marchar?
-Me tengo que marchar.

Etcétera.

Pero, ah, entre «me gusta tu cara» y «¿te tienes que marchar?», se inserta una marca de estilo que hoy reconocemos como puramente wareniana. Un texto de apoyo, mínimo pero de importancia tan capital como esos rótulos gigantes que salpican los Acme Novelty Library:

LATER...

O sea, que lo que vemos en la segunda viñeta no solo ha pasado después de lo que veíamos en la primera viñeta, cosa que ya sabíamos si sabemos leer cómics, sino DESPUÉS de algo que pasa entre ambas y que no vemos.

¿De qué se trata?

Eso lo dejo a la imaginación del lector, pero me atrevo a sugerir que tan bello recurso ya no se puede utilizar hoy en día: sería cursi, sería ridículo, sería irónico, o sería nostálgico. Y en este caso no es ninguna de esas cosas.

Este díptico me ha hecho pensar en lo que escribía Roberto Bartual en The Comics Grid sobre «la viñeta invisible», con ejemplos quizás más nobles que el que he elegido yo, aunque igual de antiguos: Schulz y Hergé ilustran su brillante disertación. Ellos también recurren a la elipsis, aunque sin apoyarse en el texto (por algo se llama texto de apoyo, ejem), lo cual en principio es más elegante. Aunque, por otra parte, Ware (insisto) nos ha demostrado ya que no hay ninguna torpeza en recurrir a las herramientas del texto, que forman tanto parte del cómic como el dibujo. Y al fin y al cabo, si Schulz y Hergé escamoteaban «una viñeta», cabe sospechar que en el ejemplo que he traído yo se nos escamotean unas cuantas páginas de acción. ¡Que es Goliat Negro, coño! Así que el suplemento de una sola palabra está justificado, en mi opinión.

Esta entrada podría haberse titulado «Elipsis negra» si hubiera entrado a comentar las cuestiones raciales que también están implícitas en esta escena de este tebeo, contemporáneo de la edad dorada de Black Panther, Black Lightning y Luke Cage. Por ejemplo: ¿si en vez de Bill Foster el protagonista hubiera sido Hank Pym, lo habría recogido una azafata negra? También: ¿una azafata blanca habría recogido a Hank Pym y se lo habría llevado a casa? Y, en resumidas cuentas: ¿si la azafata recogedora y el superhéroe recogido hubieran sido blancos, se habría introducido el decisivo «LATER» en la segunda viñeta?

Pero esas son preguntas para otro día, no para hoy.

[Viñetas tomadas de Black Goliath #2, abril de 1976, Marvel; guión de Chris Claremont, dibujo de George Tuska, tinta de Vince Colletta, color de Phil Rache, rotulación de Ray Holloway].

viernes, 6 de mayo de 2011

LA PÉRDIDA DE ESAS COSAS QUE UNA VEZ PARECIERON DURADERAS E INSUSTITUIBLES


En el rockdelux nº 295 (mayo 2011), Pepo Pérez (también conocido como @pepo_perez) entrevista ni más ni menos que a Daniel Clowes, con su Wilson todavía calentito. Y dice cosas, ¿eh? (Me refiero a Clowes, Pepo ya sabíamos que siempre tiene algo que decir).

Son dos páginas aparte de la habitual sección mensual de reseñas, donde en esta ocasión Lucía González escribe sobre Consumido, de Joe Matt; Valentín Vañó sobre Prisionero en Mauthausen, de Toni Carbos y Javier Cosnava; Rubén Lardín sobre 3, Calle de los misterios, de Shigeru Mizuki, y sobre Fagocitosis, de Marcos Prior y Danide; Isabel Cortés sobre Un verano insolente, de Rubén Pellejero y Denis Laipère; Señor Ausente sobre Toda aquella caspa radiactiva, de Darío Adanti, Juan Manuel Freire sobre Cecil y Jordan en Nueva York, de Gabrielle Bell, y yo sobre La vida secreta de los jóvenes II, de Riad Sattouf. Por si alguien quería saberlo.

miércoles, 4 de mayo de 2011

LO MEJOR ESTÁ POR LLEGAR


Yo tenía la idea de que hacer de jurado de un concurso de cómic era enfrentarse a montones de páginas de aficionados bienintencionados que no conocían el límite de sus propias capacidades, y que entre un montón de cien propuestas sería fácil descubrir las apenas dos o tres que tuvieran una mínima posibilidad de llegar a ser algo publicable algún día. Ahora me doy cuenta de que eso lo pensaba porque nunca había sido jurado.

Pero lo fui en la Alhóndiga, para elegir a los tres candidatos para ser becados en Angulema el curso que viene, y me quedé literalmente flipado. El nivel de los proyectos que estuvimos repasando era, por decirlo pronto y mal, acojonante. Se presentaron 43 trabajos, y yo le habría dado la beca a 15 como mínimo. Digámoslo claro: la cosa me asustó un poco. Parece que los jóvenes sí vienen pegando fuerte. Altarriba dijo que era el año que había habido más nivel. Menos mal.

Yo, por cierto, no había estado nunca en la Alhóndiga, y debo decir que es un sitio bastante impresionante. Por su arquitectura, por sus dotaciones, por su programa y por la capacidad y amabilidad de su equipo humano. Es un sitio donde se pueden hacer actividades de cómic muy a gusto. Mientras Antonio Altarriba, Miguel Ángel Martín, Jesús Moreno, Pepe Gálvez y servidora elegíamos a los candidatos a la beca, en otra parte de las instalaciones Toni Guiral, Jesús Redondo y Roberto Bergado impartían un taller de cómic (taller que en el que también participaba habitualmente el intrépido Gálvez). Por la tarde, y con público, Altarriba me hizo una de las entrevistas más agradables que recuerdo. En fin, un par de días fenomenales en Bilbao que ni siquiera pudieron quedar emborronados por el recuerdo de esa cena viendo el Madrid-Barça de Champions al lado del culé de Toni (pero no, Toni Guiral no pierde la amabilidad ni como forofo, por si os lo preguntabais).

Respecto a la beca que concede la Alhóndiga: si yo tuviera 25 años, no me lo pensaba. Me presentaría a la próxima convocatoria. Un año pagado en la Casa de los Artistas de Angulema es una de esas experiencias que le pueden cambiar a uno la vida. Por allí han pasado dibujantes como Clara Tanit, Lola Lorente, Martín Romero, Álvaro Ortiz o Alfonso Zapico (si no me equivoco, su Dublinés se produjo allí en gran medida). Es una gran oportunidad, para quien quiera aprovecharla.

Algunos recuerdos de Bilbao:

Cinco hombres sin piedad: Miguel Ángel Martín, yo, Antonio Altarriba, Pepe Gálvez y Jesús Moreno:


Fernando Tarancón y Jesús Moreno repartiéndose el mapa de la novela gráfica en Joker. Por lo que me contaron, parece que tanto a Astiberri como a Sinsentido les están yendo las cosas bien, que es algo de lo que comprendo que no tenga que alegrarse todo el mundo, pero yo desde luego, sí:


UN HÉROE EN MADRID


El viernes a las 19 horas se presenta El Héroe de David Rubín en Generación X, y yo seré el encargado de hacer los honores, acompañando, por supuesto, al heroico o gallego (lo mismo da una cosa que otra) autor del libro, que también estará presente y dedicará todo lo que le pongan por delante. Vamos a hacer algo tan especial, tan increíble, tan excepcional y memorable en esa presentación, que si no asistís a ella os arrepentiréis toda la vida. Luego no digáis que no os he avisado.

En realidad, es la primera vez que presento un libro de otra persona, de modo que no tengo ni idea de cómo va a salir la cosa, y ni siquiera he pensado aún como vamos a hacerlo. Pero tengo plena confianza en que la arrolladora personalidad de David hará que merezca la pena ir a verlo. Esa confianza que tengo depositada desde hace años en David -como autor- se ha visto recompensada con El Héroe, que es el libro que más me ha gustado de todos los que ha publicado. Y sospecho que el segundo volumen me gustará todavía más. Sabíamos que David podía hacer esto, que tenía que hacerlo, y por fin lo ha hecho. O mejor dicho, lo está haciendo, porque todavía no ha terminado. Me gustaría tener tiempo para extenderme más sobre El Héroe -y sobre otra docena de lecturas que tengo recientes, dicho sea de paso-, pero el tiempo no da pamás y de momento las condiciones meteorológicas no lo permiten. Queda pendiente para el futuro. Alegraos cuando me veáis escribir aquí, porque eso significa que estoy descansando un poco. Mientras tanto, el viernes habrá contacto directo con el héroe en Madrid para quien tenga los cojones de venir a Generación-X.

MAX EN VALENCIA


Mañana se inaugura en el MUVIM de Valencia la exposición Panóptica 1973-2010, probablemente una de las retrospectivas más amplias de Max que se han podido ver hasta el momento. Si yo estuviera en Valencia (que lamentablemente no podré estar) no dudaría en pasarme a ver la inauguración. Tengo ya muchas ganas de ver el catálogo.

Igual que tengo muchas ganas de ver lo nuevo de Max, Vapor. A lo tonto, han pasado cinco años desde Bardín, y se echan de menos sus páginas. Unas cuantas se pueden disfrutar en el nº 81 (abril-junio 2011) de la revista literaria La bolsa de pipas. Allí hay portada y un capítulo de Vapor, que muestra a un Max sin concesiones, más depurado y más personal que nunca. Más Mad Max.