martes, 30 de noviembre de 2010

LA MÁS COMPLEJA Y SABIA TÉCNICA

Anuncio en contraportada de Los Agachados nº 95, 18 de junio de 1972, Editorial Posada.

LA UNIÓN DE UNA MUNDANA CON UN REPRESENTANTE DE DIOS

Anuncio de contraportada de Doana nº 1, 3 de julio de 1967, Editorial Kon-Tiki.

EXTENSO SURTIDO DE REPUESTOS

Publicidad de interior de contraportada en Doana nº 1, 3 de julio de 1967, Editorial Kon-Tiki.

lunes, 29 de noviembre de 2010

TODO






En los mercadillos callejeros de música y vídeo de México uno se puede comprar todo. TODO.

domingo, 28 de noviembre de 2010

UNA FOTO


Donde salimos Pepo y yo durante la presentación de El Vecino 3 en la Fnac Callao, en Madrid. La sacó Alba Diethelm, que ha subido una pequeña galería a su flickr. Fue hace ya más de ocho meses... ¿y dónde está El Vecino 4? ¿Dónde, Pepo? ¿Eh, eh, eh?

sábado, 27 de noviembre de 2010

LA VIDA SENTIMENTAL DE BATMAN


Batman nº 1097, 21 de septiembre de 1981, Novaro.

Superman nº 1509, 14 de febrero de 1985, Novaro.

jueves, 25 de noviembre de 2010

LA URBE DE HIERRO

Epopeya: La urbe de hierro nº 119, 1 de abril de 1968, Novaro.

¡EL PINTOR MÁS GENIAL DE NUESTRA ÉPOCA!

Vidas ilustres: Pablo Picasso nº 194, 15 de septiembre de 1968, Novaro.

LA GUERRA CONTRA LOS GIGANTES ACUÁTICOS

Marvila nº 121, 19 de octubre de 1965, Novaro.

JUNTOS

Publicidad del interior de portada de Domingos alegres nº 833 (véase entrada anterior).

LOS ESTRAGOS DEL CIBERNOIDE

Domingos Alegres presenta El Doctor Solar nº 833, 15 de marzo de 1970, Novaro.

lunes, 22 de noviembre de 2010

SUPERSABIOS



He comentado anteriormente que Gabriel Vargas, autor de La familia Burrón, está considerado el gran historieta nacional mexicano, lo cual parece indiscutible para el público general. Vargas comparte ese honor, tal vez, con Rius (de quien hablaré en el futuro), y con nadie más. Sin embargo, si preguntamos a los conocedores, a los expertos en el cómic, a los puros comiqueros, es posible que nos digan que el más grande fue Germán Butze, autor de Los Supersabios.

Butze (1912-1974) fue uno de los inspiradores de Vargas (se supone que éste nombró Los Superlocos a su primera serie de éxito siguiendo el ejemplo de aquél) y uno de los forjadores de la nueva historieta mexicana de los años treinta. Su gran serie, Los Superabios, que dibujó desde 1936 hasta los años sesenta, está protagonizada por el crío barrigón Panza, que vive aventuras junto a los inventores geniales y juveniles Paco y Pepe.

Yo no voy a entrar en la (innecesaria) disputa entre Vargas y Butze (disputa que, por lo que me han contado, existió en la vida real y tuvo algunos episodios bastante coloridos), entre otras cosas porque no he podido leer muchos episodios de Los Supersabios. Al contrario que La familia Burrón, Los Supersabios no está reeditado, así que no queda más remedio que acudir a los escasos ejemplares originales que uno pueda encontrar en el mercado de segunda mano, normalmente a precios superiores a los que cotizan otros cómics.

Por lo que he visto, Butze era un dibujante y narrador de pura raza, con facilidad para el trazo suelto y desenfadado. Todo lo que dibuja parece trazado con extraordinaria facilidad, con una soltura absoluta y una elegancia que en algunos momentos me recuerda incluso a Coll, por la flexibilidad de las líneas. Las aventuras exóticas -que saltan de una carrera de superautomóviles a una batalla entre facciones de un reino prehispánico escondido- recuerdan por su torrencial fluir a otros cómics clásicos de la época, como el Patoruzú de Dante Quintero o el mismo Tintín de Hergé.


Pero en Los Supersabios hay una segunda dimensión, escondida detrás del exotismo y los inventos vistosos. Una dimensión familiar y crispada, que se encarna en la relación de Panza con su madre y con su abuelo. La madre le castiga brutalmente, y el abuelo es un explotador y un villano a quien el héroe no puede enfrentar porque es su propia familia. Como un primitivo Peter Parker, Panza vive reprimido por su vida personal (familiar) y se desahoga en sus increíbles aventuras. Bajo la apariencia de una serie de evasión y fantasía, en Los Supersabios afloran problemas reales de la sociedad mexicana. La madre está siempre angustiada por la falta de dinero (en una historia menciona que no ha podido dormir pensando en las deudas que le dejó su difunto marido), y en dos de las historias que he podido leer, los premios económicos obtenidos por los personajes en estrafalarias competiciones sirven para impedir que Panza y su familia pierdan la casa.


En Puros cuentos, Juan Manuel Aurrecoechea y Armando Bartra mencionan una historia muy peculiar de Los Supersabios, y la reproducen de forma resumida (de ahí he tomado el par de imágenes con la que ilustro estas líneas). En dicha historia, y sin previo aviso, el lector conoce el destino de los personajes de Los Supersabios veinte años después. Panza está convertido en un mediocre y amargado oficinista, casado y con dos hijos, que apenas gana suficiente para mantener a su familia, todavía lastrada por su envejecida madre y su rejuvenecido (eterno) y cruel abuelo. Panza se pregunta, en un giro retórico muy metafísico, si aquello es un castigo por haber querido crecer.


Posteriormente, Panza busca a uno de sus antiguos archienemigos, y lo encuentra derrotado, anciano y convertido en un mezquino comerciante que se contenta haciendo el mal a pequeña escala con sus clientes: «Aquí hago algunas triquiñuelas todavía ¡Je je!... Les doy kilos de 700 gramos y otras cositas, ¡jiji!... ¡Ah! ¡Qué daría por ser otra vez joven!... Hacerles sufrir otra vez». La desesperación de Panza me resulta conmovedora: «...Esa ansia de vengarse... ¿Qué fue del terror de aquellos tiempos?»

Luego, Panza encuentra a unos igualmente decadentes Paco y Pepe, cada uno ensimismado en sus propios problemas, en sus propias familias, incluso doblegados por las enfermedades. Al final de la historia, Panza, que había abandonado su esclavizante trabajo en un gesto de dignidad, tiene que recuperarlo, tras suplicarle al jefe, pues han desahuciado a su familia, y no le queda más remedio que reintegrarse al empleo, pero con la mitad del sueldo.

En esta historia genial, Butze, que no hace ninguna concesión a sus personajes, se adelanta veinte años a toda la deconstrucción heroica de Alan Moore y sus epígonos, y lo hace a conciencia, no por accidente. Podríamos decir que en Los Supersabios la crítica social está a nivel inconsciente, codificada en las fórmulas de género, y que el arquetipo heroico lleva implícito su propio desmontaje. Como decía, lamentablemente no he leído lo suficiente como para juzgar, pero todas las señales son las de encontrarnos ante una obra maestra del medio.

Sé que las historietas de Los Supersabios de Germán Butze son prácticamente inaccesibles para el lector español (más aún que las de La familia Burrón de Vargas), así que como no hay mejor explicación que la que dan las propias imágenes, a continuación reproduzco una secuencia completa de la serie, a modo de mínima introducción al talento de su autor. Las páginas están sacadas de Los Supersabios nos. 541 y 542 (febrero de 1966), de Publicaciones Herrerías. Que ustedes lo disfruten.





















viernes, 19 de noviembre de 2010

LA FAMILIA


El primer tebeo de La familia Burrón que leí llevaba el siguiente lema como encabezamiento de cada una de las historietas que incluía: «Reír, es bueno». En una de esas historietas se contaba cómo las bandas de «robachicos» se dedican a secuestrar niños para venderlos o esclavizarlos. En otra, como algunos padres que no llevan al médico a sus hijos tras sufrir mordeduras de perros rabiosos, ven cómo estos mueren entre horribles padecimientos. En una más, como las bailarinas «exóticas» extranjeras le quitan el trabajo a las nacionales y luego se burlan de los agentes de inmigración que intentan comprobar si tienen regularizados sus papeles gracias a que están protegidas por «padrinos» poderosos y corruptos. En otra, dedicada a un tema tan festivo como las vacaciones en la playa, en fin, se nos advierte de que «no es grato para nadie salir de vacaciones para encontrarse horas después desangrándose entre muertos y heridos».


No, en efecto, no es grato. Para nadie.

Y sí, reír es bueno.

Pero parecía que aquel tebeo de apariencia tan simplona e inocente no iba a hacerme reír demasiado, por mucho que lo proclamara cada cuatro páginas.

En realidad, ese número de La familia Burrón (el nº 770 de 9 de julio de 1993, por si alguien siente curiosidad) no era del todo representativo de La familia Burrón. Ninguna de las historietas estaba protagonizada por la familia o por alguno de sus personajes satélite, y todas ellas tenían un marcado tono moralista y educativo. Lo que he leído después tiene otro tenor, aunque mantiene ese fuerte contraste entre su aspecto inofensivo y su crudo contenido.

La familia Burrón es la primera familia de México, y Gabriel Vargas el primer historietista nacional. Vargas murió en mayo de este mismo año, con 95 años de edad, dejando detrás uno de los más impresionantes legados viñeteros mundiales. Iniciado profesionalmente en la prensa cuando era un adolescente, Vargas fue uno de los pioneros del cómic mexicano de la edad de oro, creador de series realistas y luego humorísticas de enorme éxito hasta que en 1948 empezó con La familia Burrón, una crónica en más de 1.600 episodios de la vida de un grupo familiar, pero también de todo su vecindario, de su sociedad y de su nación. La familia Burrón tuvo un gran éxito popular, pero además consiguió algo casi inédito en México: las alabanzas de los intelectuales que, encabezados por Carlos Monsiváis, santo patrón de la cultura popular en este país, la consagraron como la serie de cómic que, sin abandonar sus humildes orígenes, fue capaz de trascender como una muestra genuina del arte y la cultura nacionales. Como indica Bruce Campbell (¡Viva la historieta!), La familia Burrón «funciona como un medio para la relación entre una generación de intelectuales mexicanos, por un lado, y la experiencia social mexicana popular, por el otro; entre la intelligentsia y "lo popular" -al menos en tanto en cuanto "lo popular" ha encarnado para muchos intelectuales latinoamericanos un punto de presión indispensable en oposición a, o se ha esforzado por reformar, la aspiración oficial de un modelo de modernidad capitalista del "primer mundo"».

Lo cierto es que Gabriel Vargas -que, dicho sea de paso, es autor de las «ideas y textos» durante la mayor parte de la existencia de la serie, dejando los dibujos en manos de su sobrino Agustín Vargas y de Miguel Mejía o Raúl Moysen, entre otros dibujantes- ha conseguido una colección de reconocimientos oficiales inéditos en este país (durante el día de Muertos vi su nombre en un reducido panteón público junto al de José Saramago y el del propio Monsiváis), y La familia Burrón ha conseguido algo que aquí parece milagroso: perpetuarse ante el público y entrar en las librerías. Aunque la serie terminó en 2009, desde principios de siglo la editorial Porrúa recopila los episodios de su segunda etapa (iniciada en 1978) en tomos de tapa dura en blanco y negro que se pueden encontrar en cualquier librería generalista. Si no me equivoco, es el único cómic clásico mexicano que está reeditado y disponible en la actualidad.

La familia Burrón es algo más que una serie familiar. La protagonista principal es la increíble Borola Tacuche de Burrón, una güerita de ideas fantásticas y carácter indomable que encarna a partes iguales la imaginación, la rebeldía y la avaricia, aunque quizás esta última esté provocada por los perennes problemas económicos en los que se encuentra sumida su familia, dependiente del «Rizo de Oro», la peluquería regentada por su grisáceo marido, Regino Burrón. Todo lo que tiene Borola de exuberante, lo tiene Regino de anodino. El resto de la familia lo completan los hijos Regino («Tejocote») y Macuca, y el ahijado Fóforo Cantarranas, acogido por los Burrón para salvarlo de sus padres borrachos. Ah, y el perro Wilson.

(Borola encabeza a una banda de amas de casa atracadoras de supermercados)

Pero La familia Burrón tiene un campo de acción muy amplio que permite que haya un gran número de personajes en órbita continua acaparando su cuota de protagonismo. Esos personajes conforman el paisaje de la vecindad (un concepto clave para entender la sociología urbana del México moderno) de los Burrón, pero también los extremos sociales de la nación, que llegan desde la tía de Borola, Cristeta, una oronda multimillonaria que lleva una vida muelle, hasta el hermano de Borola, Ruperto, antiguo ratero que oculta permanentemente su rostro.

(El vecindario, hábitat natural del pueblo)

Con frecuencia el amor y el dinero, es decir, lo ideal y lo material, son los móviles de las historietas de Vargas. En un episodio (23 de diciembre de 1973), un compañero de clase se enamora de Macuca, y al quejarse ésta a su madre del acoso del chamaco, Borola intenta en primer lugar ahuyentar al joven a mosquetazos. Sin embargo, cuando la trama se complica, la madre intenta aprovechar la ocasión para sacar dinero a los padres ricos del pretendiente, sin conseguirlo finalmente. Sobre el optimismo inmarcesible de Borola pesa siempre el espectro del hambre, que la anima a poner en marcha sin escrúpulo alguno cualquier plan que le sirva para escapar de las necesidades.

(Borola, mujer de armas tomar, pone a prueba el poder disuasorio de su trabuco)

En otro episodio (9 de diciembre de 1973), Cristeta es objeto del deseo de dos aristocráticos pretendientes que compiten por su corazón, aunque ninguno lo consigue. Haciendo caso omiso de la indiferencia de la «gordis», ambos enamorados se baten en duelo, con tan mala suerte que acribillan a la propia Cristeta, quien intentaba impedir el fatal enfrentamiento.


Como consecuencia de este accidente, Cristeta les saca una indemnización millonaria, sin ni siquiera pretenderlo.

Comparando una historia con otra, vemos cómo los desgraciados lo son siempre, no importa cuánto se esfuercen por abandonar su condición, y cómo sin embargo el destino ayuda a los que ya son afortunados. Cuesta saber si Vargas está ejerciendo una visión crítica de la sociedad o simplemente resignándose a un fatalismo conservador. La mayoría de las historias plantean esta dualidad, de tal manera que gran parte de la interpretación está en la ideología del lector. Lo cual, probablemente, es una de las cosas que hace grande a esta serie.

Otra es, por supuesto, el uso del lenguaje tan imaginativo y personal que hace Vargas, a quien casi hay que leer con un diccionario de argot en la mano. De hecho, Vargas se inventaba expresiones y términos, un poco a la manera de los historietistas de Bruguera que en España, en la misma época, estaban haciendo su propio retrato social en clave de humor amargo. Pero La familia Burrón no es una versión mexicana de Carpanta o Las hermanas Gilda, ni mucho menos. Ni siquiera de La familia Ulises. Para empezar, el humor no es el amo y señor de la narración, los gags no son obligatorios, y con frecuencia los finales de las historietas no es que tiendan al humor negro, es que son directamente anticlimáticos. Además, Vargas no trabaja en historietas de una página, sino en historias largas (más de treinta páginas por episodio) que permiten desarrollos argumentales más emparentados con Los Simpson que con nuestras breves historietas cómicas.

Una de las cosas que más me llama la atención de La familia Burrón es el chocante contraste entre su apariencia gráfica y su contenido literario. A simple vista, no parece la historieta más interesante del mundo, con su diseño de página absolutamente formulario (por lo general, cuatro viñetas del mismo tamaño) y un dibujo redondeado, amable e infantil que no revela lo áspero y cruel de muchas de sus historias. De hecho, es normal que los personajes estén siempre sonriendo, incluso en los momentos más dramáticos y violentos, lo cual me produce una sensación de extrañamiento aún mayor.


No me cabe duda de que La familia Burrón es una de las grandes series familiares del cómic mundial. Por su amplitud, pero también por su profundidad. No se me ocurre ningún título comparable en España, ningún título que durante sesenta años haya estado ofreciendo historias largas cada semana de un elenco de personajes tan diverso y que haya hecho un retrato tan ambicioso de nuestra sociedad. Pero sí es cierto que, con uno u otro formato, las series familiares han sido un hito del cómic popular en todo el mundo. Y, si al hablar de otro tipo de cómics, como El pecado de Oyuki, decía que pertenecen a otro tiempo y otras circunstancias que ya no se van a repetir, sin embargo me cuesta más entender por qué se han dejado de hacer estos cómics familiares. Creo que la familia y la sociedad, tratadas con sentido crítico y tono humorístico, siguen siendo un tema pertinente y actual, y por tanto comercial, en nuestra sociedad como en las anteriores. Véase, y lo vuelvo a sacar a colación, el ejemplo de Los Simpson. ¿Por qué nos hemos olvidado de eso en el mundo del cómic?

miércoles, 17 de noviembre de 2010

LO QUE MÁS VENDE GANDHI


Gandhi es la cadena de librerías mexicana que más se parece a Fnac, y su peso en el mercado literario de aquí es bastante apreciable. Cada mes sacan una revista cultural, Lee+, que incluye la típica lista de «Los + vendidos». En la lista de este mes de noviembre, el puesto número 1 y el puesto número 5 de la categoría de Ficción son para cómics. ¡Nunca hay que perder la esperanza!