martes, 27 de julio de 2010

MÁS HISTORIAS DE LA RADIO

Enlazo un par de programas de radio en los que he podido hablar de tebeos últimamente, que sé que a los dibujantes les viene bien tener algo sonando de fondo mientras se tiran incontables horas intentando conseguir esa línea perfecta.

El primero, Carne Cruda, de Radio 3, donde tuvieron a bien invitarme el pasado 8 de julio:


Viñetas radiofónicas (Carne Cruda)


El segundo, Hoy por hoy, de la Cadena Ser, donde ayer mismo Pepo Pérez y yo estuvimos dando la brasa otra vez con las viñetas.

LA GRAN NOVELA GRÁFICA AMERICANA


La palabra cartoon resulta de complicada traslación al español. Para los americanos, designa a la caricatura, al chiste, a la historieta, al boceto y al dibujo animado. Conceptos muy distintos y en los que, sin embargo, el término general cartoon parece reconocer una verdad común y compartida, una esencia ontológica que los une frente a todo lo que no es cartoon, y que es reconocible de modo inequívoco. Es sobre esa sustancia cartoon sobre la que gravita en fondo y forma este Bulevar de los sueños rotos que podría subtitularse “la gran novela gráfica americana”.

Este libro recogía en 2002 materiales que Kim Deitch (ayudado por su hermano Simon) fue produciendo a lo largo de los 90. La recopilación multiplicó las virtudes de estas páginas, creando la sensación de grandioso entramado de historias que los relatos individuales sólo insinuaban. Nacido en 1944 de padre dibujante de animación, Deitch se inició en el cómix underground de la segunda mitad de los 60, pero debido a lo disperso de su obra, nunca alcanzó el aura mítica de sus compañeros generacionales Robert Crumb o Gilbert Shelton. La edición de El bulevar de los sueños rotos le relaciona más con el movimiento moderno de la “novela gráfica” (abanderado por autores que en su mayoría son 20 años más jóvenes que él) que con las propuestas de la contracultura, lo cual tal vez explique su invisibilidad comercial. Su obra, no obstante, se ubica perfectamente entre Art Spiegelman y el Chris Ware de Quimby the Mouse. De hecho, pocos tebeos se han dibujado desde Maus que hayan tratado tan rigurosamente el tema de la memoria familiar con recursos y motivos específicos de la tradición del cartoon; aquí, de nuevo, y como en la obra de Spiegelman, los animalitos antropomórficos son una presencia perturbadoramente adulta.

El bulevar de los sueños rotos narra la historia de la corrupción de los dibujos animados como forma artística por parte de la industria. Lo hace a través del detalle de las historias humanas de un puñado de personajes en el centro de los cuales está la patética figura de Ted Mishkin, un genio creativo incompetente como persona al que acompaña la alucinógena figura del gato Waldo. Es una materia literaria robusta, que contiene los ingredientes de triunfo y tragedia, personal e histórica, sobre el telón de fondo de un tema cultural plenamente americano, tan del gusto de las grandes novelas estadounidenses al estilo Roth o DeLillo. El logro de Deitch está en alcanzar un equilibrio entre lo literario y lo gráfico que a veces falta en otros cómics ambiciosos. Sirva de ejemplo su uso de la superposición de espacios planos ilusorios que se encuadran unos a otros -empezando por la realidad, por la viñeta misma-, sugiriéndonos en la confusión de su planitud que tomemos conciencia de lo fantasmagórico de la imagen, del relato y de los personajes, y que miremos detrás de la pantalla donde se desarrolla el “truco”, a la vez mágico y patéticamente barato. O dicho de otra manera, que reconozcamos que la historia real que nos cuenta es otra ficción, una mentira más, sin trampa ni cartón, y que ésa es toda la melancólica verdad.

[Publicado en ABCD 820, 20 de octubre de 2007]

EN BUSCA DE KIM DEITCH


[Kim Deitch, fotografía de Seth Kushner reproducida en The Comics Journal 292]

Probablemente El bulevar de los sueños rotos (La Cúpula, 2007), de Kim Deitch sea una de las novelas gráficas más infravaloradas. Se suele pasar por alto cuando se recita la primera fila de grandes títulos contemporáneos, y se suele pasar por alto incluso cuando se mencionan aquellos títulos que se suelen pasar por alto y que merecerían más atención. A mí me han preguntado varias veces por alguna novela gráfica que haya pasado desapercibida injustamente y siempre, siempre, se me olvida mencionar El bulevar de los sueños rotos.

Y el caso es que es uno de mis tebeos favoritos de los últimos años.

Aunque apareció en forma de libro originalmente en 2002, en España tardamos cinco años en verlo traducido. Y desde entonces, silencio de radio en el frente Deitch, lo cual presumo que es señal de que las ventas del volumen no fueron excelsas.

Que pasó desapercibido, vaya.

Sin embargo, desde 2002 Deitch no ha dejado de publicar libros, y todos más o menos del mismo tenor y al mismo nivel que El bulevar de los sueños rotos. La reciente aparición del último en Estados Unidos, The Search for Smilin' Ed (Fantagraphics, 2010) me ha servido de excusa para hacerme una revisión general de las últimas producciones de este autor extraordinario, que pertenece a la primera generación underground de la Costa Oeste y que no ha parado de trabajar desde los años 60 hasta ahora. Pero lo más curioso es que, como muy bien indica Gary Groth, «Kim Deitch ha dibujado cómics durante 40 años, y ha hecho su mejor trabajo en los 10 últimos de esos 40 años». Esto, que es algo insólito porque el cómic siempre ha sido un juego de jóvenes, tal vez sea indicativo de que la novela gráfica sea un territorio donde envejecer dignamente como autor. Habrá que planteárselo a Lewis «desocupado» Trondheim, a ver qué piensa.

[The Search for Smilin' Ed, Kim Deitch]

Por empezar por Deitch, y por empezar por el final, tengo que decir que The Search for Smilin' Ed es precisamente el que menos me ha gustado de sus últimos libros. Ni mucho menos quiere decir eso que esté mal, y tampoco varía demasiado ni estilística ni temáticamente de sus páginas anteriores. Deitch recupera a Waldo, el gato que parece una personificación de la neurosis pero que ahora sabemos que es un demonio escapado del infierno, y repasa de nuevo los territorios de la mitología popular americana, o tal vez sea mejor hablar de la metamitología, la mitología que está detrás de la mitología, el sucio arroyo en el que tienen hundidos los tobillos las figuras que pueblan el paisaje del entretenimiento popular norteamericano (y, por extensión, occidental). El mundo de los tebeos de Deitch es un mundo de feriantes, trileros, tramposos, proxenetas y cineastas, y no es que todos estos sean personajes distintos, sino que a menudo esas diversas funciones se concentran en uno solo. Su estilo gráfico ha madurado muy lentamente a lo largo de los años, haciendo de la necesidad virtud y convirtiendo sus limitaciones artísticas en una visión personalísima de la página y de la viñeta, en la que cada vez la integración de los elementos de diseño es mayor, y en la que cada vez la palabra y el dibujo están relacionados de formas más complejas. Bill Kartapoulos -que hace el excelente prólogo de este volumen, en lo que es el mejor texto que he leído jamás sobre la obra de Deitch- indica cómo el historietista sitúa siempre un pie en la fantasía y otro en la realidad, trayendo los folletinescos relatos que nos cuenta al mundo de la realidad de este lado de la viñeta, al vincularse directamente con ellos. Kim Deitch se ficcionaliza al convertirse en personaje de sus historias, pero es más importante aún que convierte en realidad las descabelladas historias por mor de ese artificio. Kartapoulos indica que, si bien éste parece un recurso posmoderno, en realidad Deitch lo toma de la novela victoriana (de la que es un apasionado lector y coleccionista de primeras ediciones), lo cual viene muy bien para recordarnos que aplicar las categorías de la historia cultural a la historia del cómic resulta con frecuencia problemático, porque muy a menudo este arte ha seguido su propia y singular trayectoria.

Lo curioso es que al terminar de revisarme los últimos tebeos de Deitch, me puse al día con Paul Auster leyéndome seguidas sus dos últimas (y nuevamente decepcionantes) novelas, Man in the Dark (2008) e Invisible (2009), y la impresión que tuve es que su punto de apoyo principal era, precisamente, esa misma obsesión por diluir la frontera entre lo contado y lo real, entre lo leído y lo vivido. En Invisible, de hecho, me pareció que recurría a maniobras no muy alejadas de las que, a través de medios completamente propios del cómic, utiliza Kim Deitch en estos tebeos, aunque en ninguno con tanto acierto como en Alias the Cat! Auster cuenta la historia que le ha entregado otro, y finalmente nos advierte que ninguno de los personajes se llama como aparece en el libro, y que tampoco su propio nombre (el del narrador) es el que se nos dice en esas páginas (ciertamente, no coincide con el del autor que aparece en portada, es decir, con «Paul Auster»), con lo cual nos pone en duda no precisamente la realidad de lo contado, sino la ficción de lo contado. Es decir, si lo que nos ha contado fuera de verdad real y lo quisiera hacer público sin afirmar su realidad porque hay motivos que se lo impiden, como sucede en el argumento de la novela, la forma en que llegaría a nuestras manos sería exactamente la forma que toma en la misma novela que estamos leyendo. Algo parecido sucede en todos los tebeos recientes de Deitch pero, como decía, en ninguno de forma más sutil que en Alias the Cat!, donde tenemos la historia que nos está contando Deitch y, además, una tira de prensa de 1915 que se nos muestra en paralelo (y en cómic, en paralelo significa literalmente en paralelo, y no consecutivamente, como en la novela o el cine, ya que en cómic podemos dividir la página en dos mitades que vemos a la vez de un solo vistazo). El problema es que Deitch es tan limitado como dibujante que es incapaz de dibujar la tira de 1915 con un estilo distinto del suyo (aunque lo intentó, según confiesa en entrevista). La forma de resolver el problema es mediante un artificio genial en su sencillez: confesando ante el lector que está tan influido por aquella tira de prensa que ha copiado su estilo para hacerlo propio. Es decir, no es que la tira de 1915 esté dibujada al estilo de Kim Deitch, sino que Kim Deitch dibuja al estilo de aquella tira de 1915. Como en el caso de Auster, en este sólo podemos pensar: sí, es improbable, pero... ¿por qué no? Y creo, por cierto, que no es éste el único punto en común entre la obra de Auster y la de Deitch.

[Alias the Cat!, Kim Deitch]

Alias the Cat! (Pantheon, 2007) es, por cierto, un libro espléndido donde Deitch alcanza su máximo esplendor. Lo mismo se puede decir de Shadowland (Fantagraphics, 2006), donde Deitch prescinde de Waldo para centrarse en una serie de pintorescos personajes que acaban llevándonos a Fowlton Means, supuesto primer guionista de Deitch, allá por los años sesenta, y de nuevo puerta de regreso de la ficción a la realidad. Es quizás esa conexión la que me falta en The Search for Smilin' Ed, donde la fantasía es demasiado cósmica y desligada de lo terreno, y donde tal vez los demonios de Deitch aparecen de una forma más directa y menos sublimada.

Todos estos libros son, por cierto, recopilaciones de materiales publicados de forma seriada, en revistas como Zero Zero o en sus propios comic books, pero que recogidos en libro es como alcanzan su máxima potencia, donde las sutilezas de los complicados argumentos (hay una sintonía entre los agobiantes relatos de Deitch y su obsesivamente detallista puesta en escena gráfica que le convierte casi en una especie de George Pérez brut) se revelan como delicadas filigranas y donde los personajes cobran la suficiente inercia como para hacerse majestuosos, grandiosos y patéticos.

[Shadowland, Kim Deitch]

No es de extrañar que Deitch esté obsesionado con la cultura popular americana, con especial interés por lo gráfico, los cómics y los dibujos animados, dado que es hijo de un animador de larga carrera y primer vástago de una peculiar dinastía creativa. Gene Deitch, el padre de Kim, fue uno de los primeros animadores de la UPA, y en 1955-56 tuvo su propia tira de prensa, lo cual había sido uno de sus sueños desde siempre. Terr'ble Thompson (Fantagraphics, 2006) tuvo una breve existencia de tan sólo seis meses, pero sus páginas siguen resultando hoy en día deslumbrantes, especialmente las dominicales donde Deitch (padre) aplicaba un color modernista y desaforado propio de la animación más chic de la época. Terr'ble Thompson es, en última instancia, un cómic hijo de la imaginación de un animador nato, y funciona más por lo visual y lo dinámico que por los guiones, a los que vistos desde hoy en día les falta la chispa y el ingenio que desborda el dibujo.


[Terr'ble Thompson, de Gene Deitch]

Pero el gen creativo está en todos los Deitch, y también en los hermanos pequeños de Kim, Simon (con quien se lleva tres años) y Seth (que está descolgado, trece años menor que Kim y diez que Simon). Los Deitch se reunieron en un peculiar volumen titulado Pictorama (Fantagraphics, 2007), un tomo de 200 páginas que reunía piezas de Kim, Simon y Seth, por separado o en colaboración, piezas que no acababan de ser cómic en ningún caso, sino que merodeaban territorios fronterizos entre el relato, la ilustración y la narración gráfica. Kim parece cada vez más interesado en esta forma mixta de narración (Alias the Cat! incluye un segmento de texto con ilustraciones) que, de nuevo, retrotrae a su afición por la novela ilustrada decimonónica. En el caso de Pictorama, la relación entre palabra e imagen adopta distintas jerarquías. Por ejemplo, en el caso de «The Golem», la pieza «principal», que ocupa la portada del libro, y que es un relato escrito por Seth con ilustraciones de Simon, son sin embargo los dibujos los que llevan el timón. La historia nació a partir de unos dibujos de Simon, sobre los cuales Seth escribió su texto. Por supuesto, una vez que Seth se puso a escribir, muchos de los dibujos tuvieron que ser descartados y fueron necesarios otros nuevos, porque, como suele ocurrir, las historias cobran vida propia.


[«The Golem», dibujos de Simon Deitch y texto de Seth Kallen Deitch, en Pictorama]

Pictorama es un artefacto curioso, que desde luego estimula la curiosidad sobre esta forma de integrar relato, texto y dibujo de una manera que, obviamente, parte en gran medida del cómic, pero que desborda las definiciones más ortodoxas que se quieran dar del mismo. También me parece curioso que el mejor relato de Seth incluido en esta obra sea Children of Aruf, una fantasía sobre un mundo en el que los perros hablan, escrita por el hermano del historietista que ha hecho toda su carrera alrededor la figura de un gato parlante. ¿Qué pasa en esa familia con los animales?

[«The Sunshine Girl», de Kim Deitch, en Pictorama]

La mejor forma de rematar toda esta deitchmanía es sumergirse en The Comics Journal 292 (octubre 2008), un número que incluye entrevistas de Gary Groth con todos los miembros de la familia, Gene (octogenario todavía en activo), Kim (19 años menor que su padre y por tanto, a estas alturas, ya más un colega que un hijo, porque como dice su padre, «ahora los dos son un par de viejos»), Simon y Seth. La lectura es fascinante porque la saga de los Deitch es casi tan enrevesada como la de cualquiera de las fantasías de Kim. Gene trabajó en la animación americana en uno de sus momentos dorados y luego abandonó a su familia con 36 años para irse a trabajar a Praga, donde conoció a la mujer con la que ha pasado el resto de su vida. Kim fue marinero en la marina mercante noruega y luego tuvo una epifanía artística cuando trabajaba en un hospital psiquiátrico, donde se le apareció William Blake para enseñarle el camino que seguiría en el futuro. Vivió los inicios del underground, primero en Nueva York (publicó algunas de sus primeras páginas en el East Village Other) y luego en San Francisco. Allí dejó a Trina Robbins con una hija de la que prácticamente nunca ha vuelto a saber. Tras muchas relaciones y virajes personales y profesionales de todo tipo, Kim se casó a los 56 años. Nunca ha dejado de trabajar intensamente, y fue uno de los pocos autores underground (como el propio Robert Crumb) que encajó perfectamente tanto en Raw como en Weirdo. Durante los últimos años, como ya hemos mencionado al principio, ha publicado sus mejores libros. Simon siguió los pasos de su hermano camino de la Costa Oeste hippy, y allí trabajó en la mítica librería de cómics de Gary Arlington. Fue detenido y encarcelado por tráfico de drogas, y su perenne adicción a los estupefacientes le ha hecho dar las vueltas y revueltas que se suelen dar en estos casos. Seth empieza ahora a abrirse camino como escritor, después de una vida personal que también ha sido complicada (divorciado, tuvo una hija, pero no con su ex-mujer). Si algún día Kim decidiera dibujar su autobiografía, o la memoria de su familia, probablemente se asemejaría mucho a alguno de sus últimos libros. Pero tal vez nos pareciera aún más increíble.
[Kim y Simon Deitch en 1955; fotografía familiar reproducida en The Comics Journal 292]

miércoles, 7 de julio de 2010

ALEMANIA

DIANA ENGUANTADA

Al hojear el primer volumen de las tiras de prensa diarias de The Phantom (Hermes Press, 2010), que me llegó hace unos días, lo primero que me llama la atención es... bueno, la primera viñeta. En realidad es la segunda, porque la primera es una viñeta de texto acompañada de un dibujo icónico de un barco. Es, en todo caso, la primera viñeta que muestra una escena, y en ella vemos a Diana Palmer soltando un guantazo a un tiarrón. Sorprende que una serie de aventuras se presente inmediatamente con la escena de acción por antonomasia -el puñetazo-, pero aún más que ese puñetazo lo esté propinando una chica, y que esa escena resulte, incluso hoy en día, tan inconfundiblemente erótica. Estamos hablando, al fin y al cabo, de 1936, y de una historieta que se publicaba en prensa para toda la familia.

Sorprende todavía más que el héroe protagonista no aparezca hasta la última viñeta de la quinta tira, exactamente en este dibujo tan poco espectacular que vemos aquí debajo, y que es, echando cuentas, el 21º de la serie:

Por comparación, Terry y Pat aparecen en la primera viñeta de la primera tira de Terry y los piratas, Dick Tracy en la primera de su serie, Annie la huerfanita en la primera de la suya, Li'l Abner en la primera tira de la que lleva su nombre y Flash Gordon en su primera página dominical. Sólo el Príncipe Valiente se retrasa hasta la tercera de su propio título. Es, por tanto, algo extraordinario. En el caso del Espíritu-Que-Camina, ¿algo casual o planeado por los autores?

Quiero decir algo sobre los autores, ya que los he mencionado, o al menos sobre el dibujante. Aunque cuando yo leía El Hombre Enmascarado de pequeño la imagen del personaje era propiedad completa de Sy Barry, cada vez que tropezaba con alguna vieja historia de Ray Moore me sentía completamente hipnotizado. Me ocurre también ahora, al revisar este primer volumen que cubre los dos primeros años de la serie. Moore me hace sentir la fascinación por lo primitivo. Si se hubieran dibujado cómics en las paredes de las cuevas, habría sido con el estilo de Ray Moore.

De pronto, tengo ganas de leer este tomo.

martes, 6 de julio de 2010

BATMAN (SIN ROBIN)



Hace poco hablábamos aquí de Batman y Robin, la nueva serie de Grant Morrison y Frank Quitely. Y efectivamente, tal y como suponía en esa entrada, acaba de empezar a publicarse en España de la mano de Planeta-DeAgostini. Me ha sorprendido que se presente en el número 35 de la serie mensual de Batman, sin distinguirla del resto de la producción del murciélago, cuando en EE UU se lanzó con todos los honores de un gran estreno, inicianod su propia numeración. Pero bueno, para eso tienen departamentos de markéting las grandes editoriales, sin duda ellos conocerán mejor su mercado y su público. Aún más que eso me ha llamado la atención la «adaptación» del batlogo a la edición española. No me cabe duda de que es uno de los detalles más cuidados de la colección americana, y creo que ver la portada con un logo o con otro cambia bastante el efecto que buscaban los autores (ya mencionamos la «vuelta al espíritu de los 50-60»), por no hablar de cómo cambia la composición al redistribuir todos los textos en lugares distintos de los que ocupaban en el original. Como decía, detallitos...

sábado, 3 de julio de 2010

PARAGUAY

ENSALADA ROMÁNTICA


Me acabo de leer Ensalada de Niza (Astiberri, 2010), y creo que poco a poco le voy cogiendo el gustillo a Baudoin.

jueves, 1 de julio de 2010

FAN DIGITAL DEL VECINO


El otro día me llegó un ejemplar de Fandigital, una «revista especializada en cine, música y videojuegos» que nunca había leído. El motivo era la aparición de una reseña de El Vecino a cargo de Elisa G. McCausland, pero la revista entera me resultó sorprendente. Bajo la portada de Toy Story 3 no sólo encontraba las muy nutridas secciones de cine y videojuegos que me esperaba, sino una de música donde la selección de grupos tiene bastante tino y una de cómic que sobrepasa con mucho cualquier cosa que me pudiera imaginar. Primero, por su extensión (12 paginazas ni más ni menos); segundo, por su amplitud (¡cómic patrio!; ¡reseñas de Pinocho Blues y Duelo de caracoles!); tercero, por su calidad (¡textos bien escritos y que dicen cosas!;¡entrevistas originales con autores extranjeros!). Debo decir que por momentos hasta me hizo sentir nostálgico y me recordó a una versión comprimida del viejo Volumen. Una (otra) sorpresa agradable.

LA FORMA DE LA NOVELA GRÁFICA

Hablando de universidad y cómics, en la revista Forma, de estudios comparados de arte, literatura y pensamiento, publicada por la Universitat Pompeu Fabra, Fernando Janeiro Torres escribe una reseña de La novela gráfica.

LA NOVELA GRÁFICA EN ELS JULIOLS

Dentro de unos días estaré en Barcelona para dar una charla en el curso «La novel·la gràfica: còmic i literatura?» que ofrece la Universitat de Barcelona en su programa de els Juliols 2010. Los coordinadores del proyecto que han tenido a bien invitarme son Toni Guiral y Marta Armengol, y habrá también participaciones de Josep Rom, Nicolás Cortés, Iván Pintor, Pepe Gálvez, Antonio Altarriba, Ángel de la Calle y el propio Guiral.

Es el segundo verano consecutivo en el que tengo ocasión de participar en un curso de verano de la universidad dedicado al cómic. El año pasado estuve en León, donde José Manuel Trabado me invitó al curso que organiza desde hace ya unos cuantos años. Allí hablé sobre cómic y cine, y tuve ocasión de coincidir con Pepo Pérez, Paco Roca y Yexus (hubo otros invitados, como Alfons Moliné). El curso de cómic de la Universidad de León de este año empieza la semana que viene y tendrá participantes como Álvaro Pons, Manuel Barrero, Rubén Varillas o Miguel Ángel Martín.

Espero que esta tendencia se asiente en los próximos años, porque estos cursos de verano no sólo son una actividad enriquecedora (más en lo gastronómico y lo personal que en lo crematísticos, que ya sé que habrá algún mal pensado) para los que nos dedicamos al cómic, sino que contribuyen a consolidar el frágil tejido del cómic en la universidad y a fomentar los contactos entre los que hacemos estas cosas. Además, como los que hablamos de cómic en la universidad todavía no somos viejos catedráticos desgastados y no nos acabamos de creer que estemos allí, nos lo curramos mucho y solemos dejarnos la piel sobre la tarima. ¡Es un espectáculo digno de verse!

Por cierto, que hablando de cómics y aulas, Javier Peinado me mandaba hace poco un enlace la mar de curioso. Era a una entrada del blog de un instituto donde habían tomado el trailer animado de La tempestad, la novela gráfica que Peinado y yo publicamos en Astiberri, como excusa para una actividad de escritura creativa. ¡Para que luego digan que los tebeos no sirven para nada!

LA BÚSQUEDA DEL CALABOZO

Aquí ya hemos hablado del sudafricano Joe Daly, y me acaba de llegar el primer volumen de Dungeon Quest (Fantagraphics, 2010), que si no me equivoco, se había publicado en Francia antes que en Estados Unidos. Este Dungeon Quest es desconcertante incluso en la trayectoria de un autor que desconcierta con cada nuevo trabajo que publica. El título parece propio de una saga de fantasía heroica o de un juego de rol, y el contenido... es exactamente eso. Bueno, no exactamente, claro, porque esto es un tebeo, no un juego, pero es algo parecido a la representación de una partida de rol en un mundo parecido al nuestro donde la fantasía del juego también está presente en la realidad.

En cierto sentido, el estilo autista y antiemocional de Daly, que en este caso presenta su línea clara más despojada que de costumbre, en un esfuerzo deliberado por ensuciarse un poco, se adapta bien a este argumento, porque un juego es sólo interesante para los participantes, y está desprovisto de ningún drama y sentido salvo avanzar a partir de un impulso artificial para vencer el aburrimiento. Así, ésta resulta la epopeya fantástica menos épica que se pueda imaginar, una especie de comentario sobre la vida a través del juego. Sólo existe el avance lineal, interrumpido por el encuentro azaroso con personajes que sólo tienen una función: servir para tu beneficio y permitirte seguir avanzando linealmente.

Es un tebeo raro, que no sé si me acaba de gustar porque, al fin y al cabo, como no he jugado nunca al rol tengo la sensación de que me pierdo la mitad de las referencias. Pero me provoca una curiosa intriga por saber cómo continúa esto. Creo que voy a volver para la segunda partida.

VENTISCA NEGRA


En la extraordinaria Una vida errante, Tatsumi cuenta la invención del gekiga o cómic adulto japonés en los años 50, y ahora Drawn & Quarterly ha puesto a nuestra disposición (en inglés, claro) una muestra de aquellos cómics que empezaron a dar forma a una corriente autoral que dura hasta nuestros días. En ese sentido, Black Blizzard funciona muy bien como complemento a Una vida errante. En sus memorias, Tatsumi reflexionaba sobre su carrera de dibujante, y aquí vemos uno de los objetos de esa reflexión.

Black Blizzard es un relato de 127 páginas (las primeras a color, luego en blanco y negro) dibujadas por un Tatsumi de 21 años en 1956, en apenas veinte días. Es una historia de género negro basada en esquemas sencillos y conocidos (dos convictos unidos por unas esposas de las que no se pueden librar se fugan tras un accidente de tren en medio de una terrible ventisca) que está narrada con una voz muy ruda, casi burda, por un autor que intenta despegarse de la pesada influencia de Osamu Tezuka pero que se muestra al mismo tiempo muy vivo, muy fuerte, muy intenso y muy convencido de lo que hace. En esa determinación desacomplejada recuerda un poco a las películas de la Nikkatsu, la factoría de serie B de la que salieron directores luego alabados como Seijun Suzuki y que produjo películas igual de insobornablemente osadas. El argumento es puro pulp y melodrama, pero evita caer en el ridículo por esa desesperación del gesto.

Black Blizzard se sigue leyendo con gusto hoy en día, más de cincuenta años después de su publicación, y desde el punto de vista histórico ofrece al aficionado al cómic un raro atisbo de lo que fue el instante crucial en el cual el productor de género de masas se cruza con el artista en ciernes. Tatsumi todavía tenía que imaginar lo que quería llegar a ser, pero estaba trabajando en ello.

Esa naturaleza mixta de Black Blizzard hace que no sea fácil elegir la forma más correcta de presentarlo hoy en día. Por un lado, es evidente que es puro noir de consumo, producto industrial. Por otra parte, si se rescata hoy es por su valor como semilla de la novela gráfica contemporánea, en su rama japonesa, en la que en Occidente estamos asistiendo a la consagración definitiva de Tatsumi como maestro. Es decir, es un producto de consumo que se quiere vender a un público culto, y me parece que la decisión de Adrian Tomine (responsable de la edición canadiense) es modélica: es un libro muy bien presentado y muy agradable como objeto, muy digno y dotado del suficiente aparato contextual (incluida entrevista con el autor) pero que al mismo tiempo conserva ciertos rasgos de sus humildes orígenes, como un papel basto, alguna imperfección en la reproducción, o una tapa blanda que lo relaciona con la literatura de quiosco.

(BAT) PADRES Y (BAT) HIJOS



Ahora, Batman es Dick Grayson y Robin es el hijo de Batman. Y ambos tienen que aprender a ser el nuevo Dúo Dinámico bajo la alargada sombra de su predecesor, Bruce Wayne. Todo lo viejo vuelve a ser nuevo en las aventuras impredecibles de Batman II y Robin II, imaginadas por Alfred Pennyworth para pasar los ratos libres.

Sí, ya sabemos que Grant Morrison es un fanático del Batman de los 50-60 (al igual que del Superman; al fin y al cabo, uno liga el sense of wonder con los tebeos que se lo provocaron, y estos son indefectiblemente los que leyó de niño), y también la nueva serie Batman y Robin que ha lanzado junto con Frank Quitely tiene su antecedente en esa época. Fueron seis las historias que narraban las aventuras de la segunda pareja de cruzados enmascarados, y se publicaron originalmente entre 1960 (Batman 131) y 1963 (Batman 163), todas dibujadas por mi adorado Sheldon Moldoff (menos la última, de Chic Stone) y todas escritas por Bill Finger (o por ese ignorado guionista que es «Unknown»). Ahora se han recopilado en un segundo volumen de DC's Greatest Imaginary Stories consagrado completamente a Batman y Robin. (El primero, que se publicó en 2005, es un verdadero tesoro de historias de Superman, Capitán Marvel, Jimmy Olsen, Flash, el propio Batman y otros).

De todas estas historias, sólo recuerdo haber leído la primera, en uno de aquellos «Libros-cómic» de editorial Novaro con tapas de cartón y deshojados que hace treinta años parecían de un lujo colosal. Allí no sólo descubrí a un Batman envejecido mucho antes de verlo en el Dark Knight de Miller, sino que me encontré con el insólito concepto de las generaciones superheroicas y del paso del tiempo en los tebeos. Como muy bien explica ya en su clásico texto sobre «El mito de Superman» Umberto Eco, en estos cómics «entra en crisis un concepto del tiempo», y las historias imaginarias servían para satisfacer precisamente esa necesidad de la introducción del tiempo; por eso, gracias a ellas, «ha sido posible hallar continuamente nuevos estímulos narrativos y se ha logrado satisfacer las exigencias "novelescas"». O dicho de otro modo, en un esquema narrativo basado en la repetición incesante de una fórmula cíclica, las historias imaginarias abrían la puerta a acontecimientos inimaginables en los cómics habituales, acontecimientos que sólo se podían producir con la licencia compartida con el lector de que aquello en realidad no está pasando (¿en contraposición a las otras historias que sí han pasado?). Así, Batman podía casarse, retirarse o tener hijos. Así, se podía llegar incluso a la última frontera: la muerte.

En la era de los cómics higiénicamente castrados, las historias imaginarias concentraban toda la pasión y el horror que no se permitía aflorar en las demás aventuras.

El tomo se abre con una historia que no pertenece al ciclo de Batman II y Robin II pero que le sirve de preámbulo. Es un relato («The Marriage of Batman and Batwoman», Batman 122, 1959, Bill Finger, Sheldon Moldoff y Ray Burnley) donde Robin imagina (horrorizado) qué pasaría si Bruce Wayne se casara con Kathy Kane (Batwoman). Obsérvese que no digo Batman y Batwoman. Es Bruce quien conquista a Kathy y se casa con ella sin revelarle su verdadera identidad. Esto provoca algunas escenas de comedia doméstica, cuando Wayne y Dick Grayson se tienen que inventar excusas para abandonar la cena familiar y acudir a la llamada de la Batseñal sin que la señora de la casa se entere del verdadero motivo de su repentina ausencia. Por supuesto, ella no tarda en seguir sus pasos (sin saberlo) vistiéndose con el uniforme amarillo y rojo de la Mujer Murciélago. Cuando Batman por fin revela su secreto a su esposa (él sí sabía desde el principio quién era ella), la reacción de Batwoman es de júbilo: «Oh, querido, ¡soy la mujer más afortunada del mundo! Imagínate: ¡Batman es mi marido!»

Por supuesto, Robin, con su imaginación de muchacho -la misma que la de sus lectores-, sabe perfectamente que introducir a una mujer en el mundo perfecto que comparte con Batman sólo puede conducir al desastre, y así sucede cuando, finalmente, la esposa patosa acude a ayudar a su marido y su ahijado -en contra de las advertencias de su esposo, que le había insistido en que Robin y él no necesitaban ayuda- y es desenmascarada en el fragor de la batalla. Como todo el mundo sabe que Kathy Kane está casada con Bruce Wayne y como Batwoman ha llamado «querido» a Batman, no hace falta ser el mejor detective del mundo para deducir que Batman es Bruce Wayne. ¡El desastre provocado por la torpeza femenina!


«The Second Batman and Robin Team» (Batman 131, 1960; Bill Finger y Sheldon Moldoff) nace de la más madura (supuestamente) imaginación de Alfred, que se dedica a escribir relatos con los que pasar el tiempo muerto en la mansión Wayne. En estos cuentos, Alfred imagina un futuro en el que Bruce y Kathy se casaron y tuvieron un hijo, Bruce Wayne Jr., que hereda el manto de Robin al mismo tiempo que Dick Grayson, ya mayor, adopta la identidad del nuevo Batman. La sucesión no es secreta. Si algo me llamaba la atención de niño (y lo sigue haciendo hoy) es cómo los nuevos Batman y Robin manifiestan icónicamente su identidad con dos hermosos numerales romanos amarillos en el torso. Siempre imaginaba que las generaciones de justicieros se sucedieran y así viéramos una interminable serie de Batmanes con "III", "IV", "V" y hasta "XXVII" grabado bajo el murciélago negro del pecho.

Batman, aunque retirado, mantiene cierta actividad, lo que da lugar a dibujos tan curiosos como éste, en el que aparece vestido con traje y con su capucha característica, porque vuelve de un acto de homenaje de tantos que está recibiendo ahora que se ha jubilado. En realidad, parece un luchador mexicano:


La saga de Batman II y Robin II concluye con la inevitable aparición de Batgirl II y Batwoman II, que en gran medida cierra el círculo, pues Batwoman II (Betty, la sobrina de Kathy y antigua Batgirl) por supuesto se enamora de Batman II (Dick), incluso sin saber cuál es su identidad secreta. Una vez más, la revelación final es recibida con satisfacción, pues los dos hombres que ocupaban el corazón de Betty resultan ser el mismo. La consecuencia de este encuentro es fácil de imaginar: Dick y Betty se casarán y se retirarán de la lucha contra el crimen, y tendrán un hijo que crecerá para convertirse en el Robin III que acompañe a Bruce Wayne Jr. cuando éste se convierta en Batman III. No hacía falta continuar con este ciclo, ya estaba todo contado.

El volumen incluye alguna historia más, alejada de esta saga. La primera es probablemente la más interesante, aunque sólo sea por su extravagante punto de partida. «The Clash of Cape and Cowl!» (World's Finest Comics 153, 1965; Cary Bates-Edmond Hamilton; Curt Swan-George Klein) imagina que el padre de Bruce Wayne no murió víctima de un ladrón callejero, sino de Superboy, que le mató para arrebatarle un antídoto contra la kryptonita. O al menos, eso es lo que cree el joven Bruce Wayne, que se convierte en Batman jurando venganza contra el asesino de su padre. El Batman que protagoniza esta historia es, a pesar de los blandos dibujos de Swan, uno de los Batmanes más obsesionados y desquiciados que he visto nunca. Cuando Robin descubre su motivación final de acabar con la vida del Hombre de Acero y se muestra horrorizado, Batman le abofetea y zarandea... ¡y le llama mocoso!


Y luego, sin pensárselo mucho, le somete a un tratamiento hipnótico de lavado de cerebro para que olvide todo lo relativo a Robin y a él mismo. En el intervalo entre una viñeta y otra lo devuelve al orfanato y se libra de él para siempre. Robin y Dick Grayson no vuelven a asomar por la historia, aunque sería curioso imaginar su vida, llena tal vez de presentimientos y recuerdos oscuros de aquella vida maravilloso de aventurero que llevó en otro tiempo, y que cree que sólo ha soñado. Mientras tanto, «Batman emprende su campaña de venganza... ¡solo!»


Para vengarse de Superman, una de las primeras cosas que hay que hacer es, por supuesto, averiguar su identidad secreta, y eso supone internarse en su Fortaleza de la Soledad, donde Batman descubre que Superman tiene una habitación dedicada al culto a sí mismo, o al menos a su efigie como Clark Kent, con una estatua del periodista del Daily Planet incluida. En parte es como un eco de la realeza de antaño (¿acaso Superman no es un déspota ilustrado?) que decoraba sus palacios con sus propios retratos, en pintura y escultura; y en parte es el tipo de razonamiento -¡Superman es fan de sí mismo!- que a un niño le puede parecer lógico pero que a los adultos, cuarenta y cinco años después, nos resulta como mínimo tétrico y buen material de partida para una historia deconstructiva de algún guionista británico.

No desvelaré el final -absolutamente apocalíptico, por supuesto- porque un spoiler es un spoiler, incluso medio siglo después, y porque todavía quiero comentar algo de la historia siguiente incluida en el volumen, «The Bride of Batman!» (Superman's Girl Friend Lois Lane 89, 1969; Leo Dorfman y Curt Swan-Mike Esposito), donde la idea es que, ya que Superman no hace ni puñetero caso a Lois, ésta se harta y se fija en Bruce Wayne. Por supuesto, este amor nace del interés que pone el propio Bruce en alentarlo, ya que lleva mucho tiempo adorando en secreto a Lois. Y cuando digo «adorando en secreto» no lo digo por decir. Robin se pregunta qué hay en la misteriosa habitación oculta bajo una puerta reforzada en la Batcueva a la que Bruce se retira sin dar explicaciones cada cierto tiempo. Bueno, lo que hay es una capilla dedicada al culto a Lois Lane.


Sí, hoy nos parece propio de un psicópata, pero al fin y al cabo, en aquellos tiempos debía de ser más normal de lo que nos pensamos, porque cuando Batman le cuenta a Superman que se va a casar con Lois y que si eso le plantea algún problema, éste le dice que ninguno, pero se vuelve volando a su Fortaleza de la Soledad y se desahoga destrozando algunas de las muchas estatuas de Lois Lane que tiene en su propia habitación secreta de la obsesión.


Evidentemente, estos héroes no han tenido nunca que compartir piso como Peter Parker.

Bruce Wayne, juguetón que es él, vuelve a comportarse como en el caso de su imaginario matrimonio con Kathy Kane. Es decir, no le revela su identidad secreta a su esposa hasta después de que se hayan casado. Y una vez más, la reacción de Lois no es de vergüenza por haberse casado con un mentiroso o de horror al saber que su marido no es un alegre multimillonario que le va a dar una vida muelle, sino un tarado que se dedica a pegar a criminales por las noches y que cualquier día amanecerá en un callejón con una bala metida en la nuca, sino de alegría incontenible: «¡Ja ja! ¡Es el mejor regalo de bodas que ninguna esposa ha recibido nunca!»

Por supuesto, todo esto es comprensible en un mundo en el que Bruce Wayne viste cuello alto y medallón hippie y Lois Lane minifalda. Así es como los jerifaltes de DC pensaban que estaban actualizando para los tiempos modernos a sus vetustos héroes de siempre. Algún día tendremos que hablar de los Teen Titans originales...


El tomo se cierra con una historia de Batman 300 a cargo de David V. Reed y Walt Simonson-Dick Giordano sobre la cual lo mejor será no decir nada.


Este libro de Imaginary Stories de Batman lo he leído seguido del primer volumen recopilatorio de Batman & Robin de Grant Morrison, Frank Quitely y Philip Tan, «Batman Reborn», que si no me equivoco está publicando ahora mismo Planeta-DeAgostini en España en tebeos de grapa. Supongo que no es casualidad que haya salido este recopilatorio de Imaginary Tales al mismo tiempo que el primer tomo del «nuevo» Batman, ya que, como decía antes, Morrison ha estado utilizando los años 50 y 60 como modelo para su etapa del murciélago (en la saga anterior, la de la muerte de Batman, recurría a un par de mis historias favoritas, la de «Robin Dies at Dawn» y la tantas veces leída en las ediciones de Novaro del Batman rojo y morado) y, al fin y al cabo, su Batman y Robin son Dick Grayson y el hijo de Batman, como en la saga de Batman II y Robin II.

Morrison se ha convertido un poco en la última esperanza de los lectores de cómics de superhéroes de siempre que ya no somos exclusivamente lectores de superhéroes, ni siquiera coleccionistas, pero que todavía querríamos leer algún tebeo de superhéroes (contemporáneo, se entiende) de vez en cuando. Su All-Star Superman se ha consagrado como uno de los grandes tebeos de superhéroes de los últimos años (tal vez un clásico inmediato) y a mí su etapa anterior en Batman, es decir, los «últimos» meses de vida de Bruce Wayne, me resultó francamente disfrutable. Era un trabajo más bruto que el de Superman, mucho menos fino, pero tal vez más emocional, con una emoción vulgar y deliciosa que reforzaba un puñado de ideas no demasiado pulidas ni consistentes. A este nuevo Batman & Robin, sin embargo, creo que no le pillo el punto. Para empezar, Quitely demuestra que se lo tiene que currar mucho para ser Quitely de verdad, y en este trabajo parece una sombra de sí mismo. Para continuar, me da la impresión de que el comic book de superhéroes está viviendo una crisis de formato bastante gorda. Hace unos meses ya hablé de la impresión que me había producido la lectura de los primeros episodios de esta serie en comic book de grapa: demasiado breves, te dejaban con la sensación no de haber leído una historia, sino de haber leído un fascículo de una historia. Parecía pensado para leerse como tomo. Pero ahora, leído como tomo... tampoco parece que vaya a ningún sitio, y el lujo excesivo de la presentación (libro en tapa dura con sobrecubierta, papel satinado) parece en cierta manera una burla del material pulp descerebrado que ofrece. No se sabe muy bien si esto quiere ser un tebeo o una novela gráfica, o ser todas las cosas a la vez y acabar por no ser ninguna. Algo parecido creo que le ocurre a Morrison, que acude a sus fuentes básicas del Batman pre-New Look (es decir, pre-1964), pero lo inserta en un relato donde la dinámica parece la de la escalada continua: vamos a más, más sangre, más atrocidades, más escalofríos, más brutalidad. El lector ya no es un niño, es un adulto fatigado que quiere leer lo de siempre pero que le impresione como si fuera nuevo. Y eso es lo que hace Morrison: lo de siempre, pero más descabellado, más absurdo, más escatológico. Es un negocio en el que con cada cambio ganas menos: cada escena causa menos impacto, menos efecto, menos sorpresa. Si el truco es subir cada vez un peldaño, resulta muy previsible, porque sabemos que lo pueden subir. Y también sabemos hasta dónde lo pueden subir.

En todo caso, la esperanza la mantengo hasta que pasan dos cosas, que además pasan simultáneamente: aparecen The Red Hood y Philip Tan. Cuando aparece The Red Hood es cuando comprendes que ni siquiera se van a esforzar. Quiero decir que ni siquiera se van a esforzar en plantearnos un nuevo Batman y Robin con unos mínimos visos de atraer a un público nuevo, aunque ese público nuevo seamos lectores viejos que podríamos querer volver. Ni lo van a intentar, ya digo, porque renuncian a todo en el episodio cuatro metiéndonos a un personaje absurdo e imbricado en una complicadísima intrahistoria conocida sólo para seguidores fieles de la franquicia del murciélago y que carece de ningún sentido o relieve por sí mismo como argumento para una historia. Es sólo un personaje que regresa, que está eternamente regresando de un pasado imposible de rastrear y que arrastra consigo el eco de mil subhistorias propias y esotéricas sin las cuales no tiene ningún sentido (y con las cuales me atrevería a decir que tampoco). De pronto, el lector curioso se encuentra con comportamientos indescifrables y diálogos crípticos entre unos personajes que parecen antiguos compañeros de colegio hablando de los viejos tiempos. Y esto, en el número 4, en la segunda historia. Evidentemente, si ellos no van a hacer el esfuerzo, ¿se supone que lo tenemos que hacer los lectores que pagamos?

Aparte, como decía, esto coincide con la aparición de Philip Tan. Y sólo puedo decir que un tebeo dibujado por Philip Tan es intolerable.

Yo quería seguir con esta serie, pero me temo que no me dejan...